30.4.06

Crónicas de un mochilero (III)


Bon voyage

Me asignaron el puesto 34G. Ese asiento daba al pasillo derecho del Airbus A330. A la izquierda estaba sentado mi compañero durante los 7600 kilómetros que separan a París de Caracas: Danielito. Un poco más allá estaban su mamá y su abuela. Imagino que Danielito tendría unos 9 años, tal vez se lo pregunté, pero no presté mucha atención a su respuesta. De lo que no me cabe ninguna duda es que Danielito es tan apasionado a los juegos de video como yo. Pasamos la mitad del recorrido descifrando la forma de resolver los juegos instalados en el avión. Cada uno tenía su propia pantalla en el asiento. De vez en cuando, Danielito notaba que yo echaba una mirada para aprender cómo él resolvía tan rápido las misiones y, generosamente, me decía la clave de acceso al nivel hasta donde él había llegado.

Un par de días antes de estar sentado en el avión había resuelto no dormir, de esa manera lo haría durante todo el trayecto hasta Europa. Hace algún tiempo había tenido una experiencia desagradable —producto de las siempre oportunas turbulencias— y no me imaginaba tener que pasar por eso otra vez en un viaje tan largo. Durante ese par de noches mi expectativa crecía en torno a lo que me deparaban las próximas semanas. Me preocupaba el hecho de no haber pagado los cuarenta dólares del seguro de viaje. “Ojalá no me arrepienta”, pensé.

Danielito ya se había cansado de jugar y decidió dormir un poco. Optaron por lo mismo la gran mayoría de los pasajeros. Estábamos a mitad de camino. Sabía que nos faltaba medio recorrido gracias a una pantalla que mostraba la ruta a seguir. En ella se apreciaba la imagen de nuestro avión, que era realmente insignificante en comparación con la inmensidad del Océano Atlántico. Me quedé un buen rato viendo aquello; esperando a que el condenado avión se moviera un poco en dirección a tierra firme. El avance era mínimo, a pesar de estar volando a una velocidad crucero de 900 Km/h.

Momentos antes de abordar el avión compré un paquete de cigarrillos y una barra de chocolate. Me senté en la sala de espera. Pensaba mucho, en tantas cosas. “Es raro, pero no me siento nervioso. Tampoco emocionado. Debe ser por el sueño. No he dormido bien en estos últimos días.” La voz del terminal llamó a los pasajeros con destino a la ciudad de París. Hicimos una cola breve, nos entregaron nuestros pases de abordaje y ya nos disponíamos a entrar en la aeronave. En ese momento, un par de guardias nacionales comenzaron a interrogar a todos los hombres que nos dirigíamos hacia el pasillo que une el terminal con la puerta del avión. Parecía que buscaban a algún delincuente. Les dije el motivo de mi viaje, cuanta plata llevaba conmigo y mi fecha de regreso. Me dejaron tranquilo y así entré al avión. “Estos pendejos no me van a estropear el viaje”, me dije.
Habían pasado unas siete horas desde el despegue y todos estaban durmiendo dentro del Airbus A330. Sólo yo quedaba despierto. Danielito roncaba mucho -tanto como su madre-. Creo que pocos niños de su edad lo hacen con tanta fuerza. Pero no era culpa de sus ronquidos mi desvelo. Algo se había interpuesto en mis planes previos. Creo que el saboteador era yo… y mis ganas de llegar rápido. No podía pegar un ojo. A mi derecha estaban sentadas dos francesas, de edad madura y lesbianas. Eran pareja. No sé si me di cuenta de que eran lesbianas por llevar el cabello muy corto o por los constantes besos y caricias que se regalaban unas horas atrás. “!Esto tiene que ser una buena señal!”, imaginé mientras indagaba imaginariamente un poco en la vida de los pasajeros que estaban a mi alrededor. Pronto me sorprendí de las cosas que averigüé y, con mucho pudor, dejé a un lado la tarea de husmear en el pasado de esos perfectos desconocidos. A otra cosa, y decidí ver una película para pasar el tiempo.

— ¡Levántate! ¡Ya llegamos!— Fue lo primero que oí antes de abrir los ojos. Danielito había recargado sus baterías y sonaba muy contento. Yo, me había quedado dormido apenas a los 10 minutos de comenzada la película. En ese momento no sabía si golpear con fuerza a aquel niño que me había ganado en los video juegos, roncaba terriblemente y cortó en seco mi sueño o, por el contrario, abrazarlo y darle las gracias por darme la oportunidad de ver cómo sobre volábamos la inmensa capital francesa.

— Gracias, Danielito…

— Señores pasajeros, nos preparamos para el descenso. En breves minutos estaremos aterrizando en el Aeropuerto Internacional Charles De Gaulle de la ciudad de París. Abrochen sus cinturones y pongan el espaldar de su asiento de forma vertical. Gracias por volar con nosotros. La hora local: 8:15 de la mañana— me interrumpió la voz ronca del piloto, dándole así inicio a mi aventura.

Recomendaciones de hoy:
El blog: Zona geek - El sitio: Manu Chao - La peli: Kids, dirigida por Larry Clark - El trago: Michelada - La Ñapa: Parpadean los ojos de Elizabeth Taylor

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27.4.06

Fragmentos caraqueños (II)


Título: Prueba de paternidad
Autor: hijo
Técnica: Digital
Locación: Casa del padre
Fecha: Ayer, hoy y siempre

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25.4.06

¡El chamo presidente!


¡Quiero ser presidente! Ya lo decidí. Me voy a lanzar al ruedo y no pienso caerme a coba. Me gusta la idea de tener poder. ¿A quién no? Para muestra un botón. Conmigo se postulará una parranda más de faranduleros que tienen tanto chance de ganar como yo. Porque eso es lo que sobra en este país ¡Faranduleros! Todos quieren destacar en algún programa de televisión, hacerse notar, salir en afiches, aparecer en cuanto mitin exista donde puedan “figurar” y, si es posible, hasta aparecer retrarado en alguna foto de rumbacaracas.com. ¡Yo también quiero!

A mi no me vengan con mentiras, con “proyectos de país”, que yo no pienso usar esa estrategia en mi campaña. Venezuela entera me conoce. Todo el mundo sabe que no tengo la más mínima idea de concepto económico alguno —¿macro, micro?—. De petróleo sólo sé que se acabará, pero —por ahora— no importa porque cada barril está más caro que nunca. Sobre educación, tengo nociones básicas —¡gracias Carreño!— y de desempleo les puedo hablar largo y tendido.

He averiguado bien y, primero, tengo que ir a las primarias —con todo lo que me costó pasarla la primera vez—. Después, cuando quede electo en esta fase previa, gracias a los votos de todos ustedes, ya tendré suficientes seguidores. Los “chamistas” estaremos en campaña por cada bar de esta República, casas de apuestas, lupanares, sacristías, discoteques, salas show, plazas públicas, y todo hogar venezolano que cuente con un dominó de piedras grandes. Todo esto en preparación para diciembre. Tenemos que estar listos para cuando llegue diciembre. Como todos saben, esa es la época de la caña, las hallacas y la rumba. ¡Hay que preparar ese hígado! Ah, además, el CNE pautó las elecciones a principio de ese mes, así que tendremos otra excusa más para empinar el codo.

Algunos electores listos se preguntarán:
—¿Entonces, para qué te quieres lanzar?
—¡Elemental, mi querido Jackson! ¡Para conocer La Orchila!

Desde pequeño, cuando escuchaba historias de las bacanales que se armaban en esa islita presidencial, siempre quedé con la espinita de ir a nadar en una de las piscinas de güisqui, como cuenta la leyenda. Sé que con el voto de cada uno de ustedes lo podré lograr. Les pido solamente que se levanten un domingo de diciembre tempranito para que voten por mi. Ni siquiera les costará los 1.200 Bs. + básico + I.V.A. que piden otros faranduleros que pululan en esta tierra de gracia.

Venezuela es el país de lo posible. Cualquier cosa puede pasar. Quizá, si nos ponemos las pilas, pueda ganar y ese sea el mejor de los escenarios.

El Chamo del 114

Recomendaciones de hoy:

El blog: Rumbo al mundial - El sitio: Coronel Macario - La peli: Joyeux Noël, dirigida por Christian Carion - El trago: Calimocho - La Ñapa: Au revoir, Zizou

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23.4.06

Crónicas de un mochilero (II)


En el papel

Ya la mochila era mía. Ahora me faltaba dar el paso más importante. Tenía que asegurar el viaje. Había pasado mucho tiempo. Planear el viaje me había tomado varios meses y era necesario concretar. No podía dejar pasar la oportunidad. Sabía que si no hacía el viaje ese año, después sería mucho más difícil. Además, las circunstancias estaban a favor. Tenía el dinero necesario para dar el primer paso, sabía la fecha exacta de partida gracias a las siempre oportunas vacaciones de verano y contaba con unas ganas enormes de emprender la aventura. “Es momento de comprar el pasaje”

Estaba seguro que teniendo el boleto aéreo en mis manos no habría nada que detuviera el viaje. Estaba en lo correcto. Había hecho un sondeo previo en cuanta agencia de viajes aparecía en las páginas amarillas. Llamé decenas de veces para preguntar por ofertas especiales, paquetes estudiantiles y disponibilidad de cupos. Los precios me parecían un poco exagerados, así que decidí ir directamente a las aerolíneas. Finalmente, di con un pasaje que se ajustaba a mi presupuesto.

En el boleto de papel decía que partiría de Maiquetía al final de la tarde un sábado, el vuelo llegaría a París en la mañana del domingo y al mediodía tendría que estar en el aeropuerto del Prat de Llobregat en Barcelona. Decidí comenzar el viaje en la Ciudad Condal, porque allá me esperaría El Tuyío, mi mejor amigo. Desde que tengo memoria le hemos dicho así por ser el más bajo del grupo. El Tuyío es un culé empedernido. Su padre es catalán y tiene dos hermanos viviendo en Barcelona. Él se adelantaría un par de semanas, nos encontraríamos allá y luego emprenderíamos el viaje con rumbo a París. Esos eran los planes que habíamos hecho en Caracas.

Teniendo con seguridad el día de partida, sólo me quedaba elaborar el cronograma definitivo de viaje. En principio había hecho una lista con más de cincuenta ciudades que quería visitar en dos meses. Con calendario en mano noté que tantos sitios no eran viables. No tenía tiempo para recorrerlos todos. El boleto de tren que había conseguido por Internet tampoco me permitía abarcar cada uno de los destinos. Era válido para hacer quince viajes -insuficientes para cubrir mis ambiciones-. Poco a poco tuve que ir depurando el listado hasta que se redujo a 30 ciudades. Me parecía infame tener que sacrificar tantos sitios. Tenía una sed enorme por conocer. Claro, todo era en el papel. Estando allá las cosas cambiarían radicalmente.

Recomendaciones de hoy:

El blog: Despertares literarios - El sitio: Radio Pirata Records - La peli: Manhattan, dirigida por Woody Allen - El trago: Champagne Cocktail - La Ñapa: La página oficial de Estafanía López (no es joda)

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21.4.06

Lea bien antes de juzgar


Los psicólogos han estudiado durante muchos años la forma como el hombre almacena la información gracias a la memoria. Hay una corriente de esta ciencia que explica este fenómeno de la siguiente manera: Al obtener la información a través de los sentidos, el individuo la va clasificando en categorías, para de esa forma ordenar los datos en grupos que, a su vez, generan subgrupos. Este mecanismo facilita la labor del cerebro al momento de recuperar uno de los millones de datos almacenados en él. Este proceso dura milésimas de segundo.

Algunos expertos en la materia llaman a estos grandes grupos de categorización: estereotipos. Yo los llamo: culpables de todos mis males.


Mi pelea con los estereotipos es mucho más antigua de lo que yo pueda imaginar. Recuerdo que alguna vez, estando muy chico, escuché a alguien decir: “!Negro no es gente!” Ese día aprendí que la gente y los negros somos seres distintos. Y comencé a escuchar montones de comentarios referidos a los tipos de personas. Estaban los mongólicos, que se diferencian de los magallaneros sólo por los ojos rasgados. Luego estaban los turcos, que eran más pichirres que los judíos, pero no tanto como los catalanes. También supe de la existencia de los peruanos, que son una plaga al igual que los colombianos, pero peor. Y la lista no paró nunca: profesores, mujeres, adecos, enanos, malandros, gringos, taxistas, testigos de Jehová, conserjes, viejos, monos, europeos, ucevistas, sifrinos, rockeros, gallegos, misses…

Todos categorizamos —aunque sea de manera inconciente— a los grupos de personas. Es algo que se nos escapa de las manos. Clasificamos a la gente sin conocerla, según los patrones que hemos aprendido. Primero juzgamos y luego conocemos. Es por eso que la próxima vez que usted, querido lector, se encuentre con un argentino, no lo juzgue de prepotente. Conózcalo y se dará cuenta de que el tipo es más pedante de lo que usted jamás imaginó.

Nota del autor: Este es un texto reciclado, escrito en el año 2003

Recomendaciones de hoy:


El blog: Brief blog - El sitio: Los más buscados por el FBI - La peli: Leaving Las Vegas, dirigida por Mike Figgis - El trago: Guarapita de mandarina - La Ñapa: No abrir este enlace en caso de depresión

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20.4.06

Fragmentos caraqueños (I)


Título: El orador
Autor: elchamodel114
Técnica: Digital
Locación: Parque Carabobo
Fecha: Febrero 2006

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...y llegó el jueves

Estoy buscando la manera de ordenar un poco el blog. Ya les había comentado que los domingos estarían dedicados a las Crónicas de un mochilero. Pues, ahora decidí -de la manera más autoritaria posible- que los jueves el blog abrirá espacio a la fotografía. La idea es que las fotos que se publiquen guarden algún tipo de relación con Caracas. Fragmentos caraqueños será el nombre de esta sección. Claro está, cualquier contribución que puedan hacer a este espacio es bienvenida. Pueden enviar sus aportes a enalgunlugardecaracas@gmail.com . Adjunten la imagen, junto al crédito del fotógrafo, la locación y la técnica empleada.

Saludos!

elchamodel114

P.S. También he pensado en reestructurar el diseño del blog. Si alguno de ustedes gusta en echarme una mano, lo sabría agradecer.

19.4.06

El apagón


Andreína García Reina

Estaba oscureciendo y hacía frío. Las calles, por ser domingo, estaban bastante solas. Habían pasado las seis y el alumbrado público permanecía apagado. No era negligencia. La lluvia de la mañana provocó una falla eléctrica y la ciudad padecía de un apagón. Normalmente las calles no eran muy seguras y gracias al apagón esa inseguridad se multiplicaba a la “n”. Ella, consciente de su ebriedad —pues venía de reunirse con unas amigas— y del apagón, decidió apurar el paso, no sea que algún loco quisiera hacerle daño.

Por fin llegó a su edificio, subió las escaleras y, en medio de la oscuridad, sintió que estaba a salvo. Después de todo, era su edificio. Entró rápidamente a su apartamento percatándose de que todo estaba en perfecto orden. Todo parecía normal. Con urgencia entró al baño. Se venía reventando. Bajó la poceta y escuchó una voz desde su habitación que le gritaba:

—¡Ha llegado la hora, perra! ¡Dame todo lo que tienes ya!

Sobresaltada se dirigió a su habitación y se encontró con una figura masculina que al parecer tenía la cara cubierta con una media de nylon. El hombre sin dudar se abalanzó sobre ella y apresó sus brazos diciéndole de nuevo: “¡Dame todo! ¡Ahora! ¡Comienza por la ropa!”.

Rápidamente se despojó de toda su ropa. Mientras, el hombre seguía manoseándola y forcejeando con ella.
Poco a poco la escena se tornaba más agresiva. De la nada, el hombre sacó lo que ella esperaba desde un principio: una pistola. Una que ella había visto varias veces en otras oportunidades. Sin mucha explicación se la introdujo en la boca, para seguir amenazándola. Seguidamente, tomó la pistola y la restregó contra el cuerpo de la mujer hasta que sin mayores palabras el arma se disparó.

Ella creyó haber muerto, sin embargo se halló las piernas cubiertas de gotas de un líquido tibio. El hombre, luego de eso, se movió rápidamente a la mesa de noche, tomó un cigarrillo y le dijo: “Bueno el jueguito de hoy. Te amo. Buenas noches.”

16.4.06

Crónicas de un mochilero (I)


Primero lo primero: La Mochila

Para hablarles de mi primera mochila es necesario que les presente a El Primo. El Primo no es un cumanés radicado en Caracas, es en realidad mi primo de sangre. Todos lo conocen por ese mote. Cuando digo “todos” me refiero a cinco de cada siete personas y pueden creerme: no miento. Seguro será concejal en algún momento. No lo sé. El Primo estudia filosofía y ha viajado mucho por Venezuela, además tiene experiencia con mochilas y era el consejero perfecto para un novato como yo, así que lo convoqué para que me asesorara.

Fuimos a varias tiendas a preguntar por los precios y características de los backpacks. Ese día me enteré que así les decían y también supe que su capacidad era medida en litros. Todas las mochilas que veíamos me parecían brutales. Con un montón de cierres y cuerdas que brotaban por todos los costados, compartimentos secretos —que no entendía para qué servían— y características especiales dependiendo el tipo de uso que se le dé. Yo estaba impresionado y confundido. El Primo, en cambio, ponía rostro de circunstancia y probaba cada mochila que veíamos como calibrando su calidad. Buscábamos una que fuera suficientemente liviana, pero a la vez grande para guardar en ella todo lo necesario para sobrevivir en Europa por dos meses. Además, la mochila tenía que ser resistente y debía estar reforzada en el espaldar para no lastimar mi columna.

Una de las tiendas que visitamos estaba en el C.C. Chacaito. Era la tienda menos surtida de todas. Tenía muy pocos artículos en exhibición y parecía que estaban liquidando la mercancía. Confieso que cuando entramos no me dio muy buena espina. Saludamos a la encargada —muy linda, por cierto— y comenzamos a observar los bultos que colgaban muy bien ordenados sobre unas repisas especiales.

— ¿De cuántos litros es aquella?— preguntó El Primo a la encargada mientras señalaba hacia una esquina de la tienda.

— 75 litros— respondió ella inmediatamente.

En ese momento la encargada, como buena vendedora, empezó su discurso de rigor en donde enunciaba todas las características del producto. Nunca presté atención a lo que decía. Mientras ella hablaba sin parar, yo no me enteraba de nada. Simplemente me quedé viendo aquella mochila Acadia azul de 75 litros con barras internas de aluminio, grandes cierres YKK y bolsillos laterales que El Primo había señalado un par de minutos atrás. Ella seguía hablando y yo dirigí la mirada en dirección a El Primo. Él me vio y supo de inmediato que habíamos dado con lo que buscábamos.

Esa noche llegué a casa y le mostré a todos mi nueva adquisición. Me la probé estando vacía, sin imaginar que nunca más la usaría así. Me sentía muy cómodo. Sabía que la mochila sería muy útil, pero nunca pensé que en las próximas semanas se convertiría en mi fiel compañera.

Recomendaciones de hoy:

El blog: Un Francais en Argentine - El sitio: Jaulabierta - La peli (no pregunten por qué): Slam, dirigida por Miguel Martí - El trago: Eastern Manhattan - La Ñapa: La canción de la Semana Mayor

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Encontré oficio para los domingos

Viajar, definitivamente, es un gran placer. Todo el proceso, desde su concepción, me parece fascinante. Las expectativas siempre son enormes. Uno nunca sabe qué puede pasar. Tal vez llegues con retraso al aeropuerto, se te pierda el boleto o tomes el avión equivocado. Y eso es apenas el comienzo de la travesía. Viajar es cabalgar a ciegas.

Comencé a viajar a solas desde muy joven. A los ocho años ya estaba tomando mi primer avión rumbo a Ciudad de México, ruta que repetiría un par de años después. Desde entonces me confieso un tipo muy afortunado. He recorrido miles de kilómetros conociendo culturas distintas, aeropuertos peculiares y personas increíbles. Alguna vez pensé en dedicar mi vida solamente a viajar. Claro está, no he podido cumplir ese anhelo, pero siempre me gusta pensar que tendré la oportunidad de lograrlo.

Una de las travesías más especiales que he hecho fue con destino a Europa. Duró 59 días. Partí asustado de ser mochilero y regresé a casa convencido de que es una de las mejores formas de conocer un país. Han pasado varios años desde entonces y creo que llegó el momento de sentarme a escribir sobre ese viaje. Los invito a que todos los domingos sean mis compañeros durante este trayecto por entregas. ¡Buen viaje!

5.4.06

La vida, ante todo la vida

Nayari Rossi Romero
IBIS

Una mañana triste no se parece a otras mañanas. Yo ni los conocía pero no puedo evitar ese desasosiego, esa melancolía, esa falta de ganas. Ya nos acostumbramos a que el mundo es un lugar hostil, eso ya lo sabía, incluso nos acostumbramos a que la vida es un soplo (como dice la canción), pero hoy más que nunca tengo esa negra certeza.
En mis dos décadas he visto cosas horribles, ni las mentes más macabras de la literatura las han escrito tan bien, a veces la realidad supera a la ficción. He visto como la gente baja de los cerros, desaforada; he visto militares disparando a multitudes; he visto golpes de estado; he visto caerse a las torres gemelas… pero hoy, justamente hoy, he visto a tres chamos, hermanos, tres chamos que ya nadie verá más.
No imagino que pudieron ser cuando grandes, pero imagino lo terrible que debe ser perder a tres hijos de una vez, o perder a tres primos, o perder a tres amigos, esos amigos de la infancia y la adolescencia.
No es la naturaleza la culpable, ni un terrible accidente, fue alguien. Un anónimo. Y seguro permanecerá en el anonimato.
Yo no conocía a los hermanos Faddoul, pero al ver su foto en la prensa me pareció poder reconocer a alguien familiar, alguien tan joven como yo. Sin duda hoy es una mañana triste.

País sin memoria

Lamentablemente, hoy son los chamos Faddoul. Lamentablemente uno tiene que vivir el dolor de conocer ese lado terrible del hombre, que con una escopeta es capaz de dañarlo todo en fracciones de minuto.

Lo único que pido es respeto a la madre, los familiares, amigos y allegados. Respeto, para que lo profúndamente doloroso no se convierta en un show, porque ya antes ha pasado.

Lamentablemente, ya hemos vivido casos como el de Totesautt, Danilo Anderson, todos los muertos del 11 de abril -del bando que sea-, Rafael Vidal, los estudiantes asesinados en Kennedy, y pare usted de contar. Lamentablemente, cada fin de semana mueren en este país decenas de personas en manos de la violencia. Lamentablemente, siempre se levantan voces de protesta que duran hasta que llega un nuevo caso y nuestra inconsecuencia como sociedad nos convierte en una réplica a gran escala del más burdo de todos los demagogos que jamás nos haya gobernado.

No salgamos a protestar para hacer el payaso. No nos burlemos de los deudos con muestras inconsistentes de solidaridad. Si vamos a manifestar, no le demos toques proselitistas a nuestras demandas, ese no es el camino. Lo que nos debe unir es un sentimiento en contra de la violencia que padecemos a diario y hacia allá debemos ir. No seamos presas faciles de la manipulación. No sigamos alimentando un país ingrato, sin memoria, porque tarde o temprano de nosotros también se olvidará.

Blanca novia

La Maga
Aquí estamos otra vez. Tú frente a mí, ofreciéndote cual femme fatal, con aires de prostituta cara, de mujer fácil, pero sin ceder un milímetro, sin ayudarme a probar las mieles de tus blancos atributos. Aquí estoy yo frente a ti, desvalido, desarmado, con un tráfico caótico de ideas que pugnan por salir, palabras que tropiezan, que no respetan las leyes del metro –“dejar salir es entrar más rápido”-. Aquí estamos otra vez los dos, en esta lucha constante por llenarte entera, por acariciar con letras tu nívea piel y tú, renuente, me subes la mano, me cambias el tema, me volteas la cara, me esquivas con tu apariencia de frío y lejano invierno.

Pero no me cansaré de enamorarte, de reunir significados, rimas y sonidos en mi cabeza o en alguna libreta, o en la mano o en una servilleta para hacerte más dócil y llegará el día en que no podrás resistirte, te tomaré entera sin que tengas tiempo ni fuerza ni ganas de negarte. Mil veces más te buscaré, mil veces me retarás con tu periódica vacuidad, mil veces intentaré llenarte y en un eterno retorno volveremos a encontrarnos de nuevo, frente a frente, mi querida, odiada/ amada página en blanco.

3.4.06

ma vie c’est comme ça!


“¡La vida del güevón es triste y confusa!”. Eso fue lo que exclamó hace bastante tiempo un amigo que ahora está viviendo en otra ciudad. Estabamos reunidos un grupo de colegas y eso fue lo que dijo aquel muchacho sin saber las repercuciones que traería esa frase en mi vida. Uno de los jodedores presentes inmediatamente lo bautizó como: el filósofo. Ahora que lo pienso, fue ese mismo jodedor el que calificaría años después a Daddy Yankee como el filósofo de los nuevos tiempos por su famoso “Lo que pasó, pasó”. En fin, nuestras charlas cuando nos juntamos alrededor de alguna botella de licor son bastante profundas, como podrán deducir.

Hoy me encuentro bastante enfermo. Tengo algo muy parecido a la gripe aviar. Me siento mal, como el que más. Me incomoda sentirme así. Siempre me jacto de disfrutar de buena salud, pero hoy estoy estropeado. Al mover los ojos siento dolor. Justamente hoy, cuando tenía previsto iniciar una rutina más saludable. Ya me había mentalizado: “Lo primero que debo hacer es levantarme muy temprano, para prepararme un desayuno nutritivo, leer un buen libro mientras hago la digestión y luego salir a trotar por dos horas”. Lo que en realidad pasó: me levanté al mediodía sintiéndome terrible, prendí la computadora y me puse a leer el blog. Lo actualicé. Son las 3 de la tarde y aun no he comido nada.
Inmediatamente recordé, como tantas veces lo había hecho en el pasado, las palabras de el filósofo.


Decidí acostarme en la cama a esperar a que pasara el malestar, tratando de buscarle una respuesta lógica al por qué de aquello. Según lo que me dijo mi hermana, —que no es médico, sino estudiante de veterinaria— mi malestar es producto de algo que comí. Hice un esfuerzo para recordar todo lo que había ingerido y no di con nada fuera de lo normal. En estos días no he comido en ningún perrocalientero, ni he probado bocado que no cocinara yo. Tampoco bebí nada de alcohol el fin de semana, así que no es culpa del ron. Mi hermano, que a pesar de ser más joven que yo siempre ha sido más maduro, me recomendó que no fumara hasta que me sintiera mejor.

—¿Tú crees que estoy loco? Ni de broma me voy a poner a fumar— le dije mientras ocultaba bajo la sábana lo que me quedaba de una caja de cigarros y el encendedor.

Cuando salió de mi cuarto, saqué la cajetilla y estuve a punto de prender un cigarrillo, pero reflexioné ¡No debo hacerlo! Tomé el empaque y comencé a leerlo detenidamente, como si nunca hubiera tenido uno entre mis manos. En ese momento mi rostro se tornó triste y confuso. Después de diez años fumando, descubrí que los cigarros tienen fecha de caducidad. Los mios estaban vencidos desde diciembre.

— ¡Estoy intoxicado con pangola!— grité en mis adentros y recordé inmediatamente que el filósofo viene de visita en estos días.

Recomendaciones de hoy:

El blog: Pande Blog (Sin humo) - El sitio: Clínica Laser - La peli: Nicotina, dirigida por Hugo Rodríguez - El trago: Dana's Nicotine Fit - La Ñapa: Bigott te enseña a dejar de fumar

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