29.6.06

Fragmentos caraqueños


Titulo: Vacíos
Técnica: Color Digital
Locación: Enalgunlugardelosnaranjos
Fecha: 2006
Autor: Ariana Basciani

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25.6.06

Crónicas de un mochilero (XI)

“Hoy conocimos Montjuic”

El Tuyío debía hacerle compañía a Jorge en el hospital. Así que sólo Cori y yo nos dedicaríamos a recorrer Barcelona. De todos los del grupo, éramos los que conocíamos menos la ciudad. De cualquier forma, decidimos comenzar por Montjuic. De referencia sabíamos que era una montaña —¡duh!— y que ahí estaba el estadio del Spanyol. Sólo eso.

Tomamos el mapa y vimos que se podía subir en teleférico. Así que fuimos después del desayuno hasta allá. Pasamos todo el día juntos y en la tarde regresamos al apartamento. Un par de horas después, ya casi de noche, quedamos con El Tuyío para ir a cenar algo los tres. Nos queríamos dar un gusto.

En principio, teníamos planes de ir al Hard Rock Café, pero el sitio estaba muy lleno y no valía la pena tanto agite para comer unas hamburguesas. Caminamos un poco por La Rambla y dimos con el sitio: un restaurante italiano que quedaba cerca de Plaza Catalunya. Nos sentamos en una mesa que estaba en piso superior del local y ordenamos.

— ¿Qué hicieron hoy?— nos preguntó El Tuyío después de pedirle al mesonero unas cervezas que aparecían en la carta y tenían un nombre extraño. Eran las más caras.

— Fuimos a Montjuic. La pasamos fino — respondió Cori.

— Sí, subimos por el teleférico. Llegamos al castillo y recorrimos todo el museo que hay ahí. Tomamos un montón de fotos.

El castillo en cuestión es el viejo Castell del Port. Está situado en la cima de Montjuic y era un punto estratégico siglos atrás ya que desde ahí se puede divisar la ciudad por una parte y, por el otro costado, se ve el hermoso mar Mediterráneo. Ahora, el castillo abre sus espacios para que funcione el museo militar.

— ¿Y qué más? — repreguntó El Tuyío.

— Bueno, eso ¡Hasta nos montamos a escondidas en una ametralladora antiaérea! Deja que revelemos las fotos para que veas— respondí orgulloso de nuestro acto cuasi vandálico.

— ¿Y entonces? — insistió mi diminuto amigo.

— Nada. Después de recorrer el museo completo nos tomamos unos refrescos y bajamos— le dijo Cori.

— ¿No fueron al Poble Spanyol, al Palau Sant Jordi o al Museo de Arte de Cataluña?

Cori y yo nos miramos a la cara ¡Qué par de idiotas! Pasamos todo el día metidos en un castillo pensando que sólo de eso se trataba Montjuic. No conocimos más nada. Nos perdimos del resto. Se nos había olvidado ir al estadio donde se celebraron las olimpíadas del 92. No le preguntamos nada a nadie y ni siquiera miramos el mapa ¡Qué par de tontos!

En ese momento llegó el mesonero con las cervezas de extraño nombre que había ordenado El Tuyío. Las destapó y sirvió en los vasos. Sabían extraño. Luego nos dimos cuenta que eran cervezas sin alcohol ¡Vaya día! ¡Salud!

Recomendaciones de hoy:
El blog: Daniel Chapela - El sitio: Cartman Land - La peli: Central do Brasil, dirigida por Walter Salles - El trago: Cerveza (sin alcohol) - La Ñapa: Festival Latinoamericano de cortos
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24.6.06

Nací víctima


hijo

Todo me pasa a mí. Nadie me quiere y el que dice que me quiere lo hace por interés. No sé si será porque soy mujer o porque no soy tan flaca como las pavas de ahora. Ellas que se mueran de hambre, si les da la gana. Mi ex marido es un muérgano que me dejó por un par de piernas y mis hijos ya ni pasan por la casa si no es a pedir dinero o a dormir. Uno de ellos anda con amigos rarísimos. Siempre anda como apagado y nunca dice nada coherente. Creo que se droga. El otro, es un borracho, pero eso ya es otra cosa. Estamos hablando de mí. ¿Acaso no merezco amor? Nadie me lo da. No lo busco, pero igual nadie me lo da. ¡Merezco amor y nadie me lo da!

Mi vieja es una ladilla. La tipa es realmente inmamable. Me sirve la moncha y se pone a gritar hasta que voy a comer... qué energúmena. No me la tripeo. ¿Le cuesta burda comprender que pertenezco a una generación que marca su propio ritmo y que no sigue convencionalismos? Yo soy un tipo intenso y si le molesta el humo en mi cuarto, que arranque, no joda. Se pone a fantasear con que yo busque trabajo y aparte, me jode la vida porque no estudio lo que ella quiere: una carrera, cual sea. Ya lo dije: soy un tipo intenso, lo mío es el arte. No dibujo ni escribo ni nada de esas mariconadas, eso si. Mi cometido en esta enfermedad terminal llamada vida es disfrutar de sus placeres. ¿Me sigues, no? Sé que te lo tripeas.

Nadie se preocupa por mí. Ayer mi novio me dijo que soy una tonta por andar discutiendo lo que (para él) son temas triviales. ¡O sea, hello! ¿Para qué cree él que somos novios? ¿Para andar siempre agarraditos de la mano y disfrutando de nuestra mutua compañía? Yo necesito alguien con quien hablar de la gorda esa que es una malvestida, y de la horrenda esa que se cree súper inteligente. Aparte, tiene la mala costumbre de querer hacerme ver otra visión, eso que él llama la otra cara de la moneda en todos los problemas que le planteo. Qué troglodita, o sea, es un egoísta. Lo que le falta es irse a casa de su mamá en el interior sin decirme que me va a extrañar.

Pero ya lo decidí. De ahora en adelante, no tendré consideraciones con nadie. Viviré por mí y para mí. Ya basta del carajito bonito que ríe cuando le hacen caritas. Se acabó el carajito que tiene que llorar por su tetero. Ya no más gu-gu ta-tas; al carajo con la maestra y su cajón de arena. ¡Al carajo todos! ¡Al carajo tú y tu jardín de niños! Ya que vivo en un mundo al que ni siquiera pedí venir, por lo menos trátenme con consideración.

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22.6.06

¿Y si no hubiera hecho eso?

La vaina no es arrepentirse. No. Lo hecho, hecho está. Pero por cosas del insomnio —o los gritos de una conciencia que aturde— en estos días me puse a pensar qué sería de mi vida si en ciertos momentos —muy específicos— hubiera tomado una decisión distinta. Mi ánimo no era el de juzgar si lo había hecho bien o no. Nada de eso. Sólo quería hacer un ejercicio, por demás, creativo.

Antes debo confesar que eso de imaginarme escenarios probables no es algo nuevo, pero lo de la otra noche fue distinto. Dediqué un par de horas a pensar en aquello. Hice una lista mental de momentos claves. Tal vez, si no fuera tan ocioso, habría quedado rendido a los quince minutos, pero soy lo que soy.

Hecho #1: Cuando me gradué de bachiller negué toda posibilidad de estudiar la carrera que me gustaba, porque el cupo que había conseguido era en una universidad del interior. El problema no era tener que vivir a 800 kilómetros de mi casa. En ese momento, mi prioridad era una noviecita de la que estaba totalmente enamorado. No me importaba más nada.
  • Escenario probable: Con todo el dolor del mundo habría hablado con mi noviecita, que en adelante llamaremos “la original”. Ella seguro sabría comprender mi decisión. Una vez instalado por allá lejos, estaría compartiendo apartamento con la que se convertiría en mi novia del interior, pero siempre tendría en Caracas a “la original”, porque seguro visitaría a mi familia de vez en cuando. La del interior era ninfómana, además de ser muy inteligente y cariñosa. Su único problema sería que cocinaba muy bien. En clases me iría genial y me graduaría cum laude en cuatro años y medio.
  • Lo que pasó: Me quedé con "la original". Ella no se quedó conmigo. Después de unos meses me mandó camino de Guanajuato, por unas presuntas infidelidades que me achacaron las malas lenguas ¡La gente sí habla gamelote! Simultáneamente comenzó mi vía crucis por las universidades capitalinas y estudié de todo. Después de rodar por cuanto campus existe en esta ciudad, por fin llegué a donde quería. Han pasado siete años desde mi graduación de bachiller y el título de licenciado debe esperar todavía un año más.

Hecho #2: Las presuntas infidelidades que me achacaron no eran tan presuntas. Lo cierto es que en esa época andaba, como dicen en el básquet, on fire. Carajita que veía, carajita que tenía algo conmigo. De verdad eran buenos tiempos ¡Me la estaba comiendo! Pero siempre llega alguien que echa a perder las cosas y todo se descubrió súbitamente.
  • Escenario probable A: La fidelidad era sinónimo de mi nombre. No voltearía a ver a ninguna mujer. Estaba contento con mi chica; por algo había rechazado la oportunidad de ir a estudiar en el interior. Además, estábamos haciendo planes para casarnos. Éstos se concretarían un par de años después. Nuestro matrimonio comenzaría muy bien. Los primeros tres años serían de ensueño, pero todo se vendría abajo por culpa de la nueva secretaria de la compañía. La secretaria sería una jóven del interior -bellísima-. No sé si les aclaré que era la ayudante de “la original”. Yo tenía un par de meses desempleado cuando descubrí todo el affair.
  • Escenario probable B: Descubrí quién fue la persona que comentó sobre mis escapadas. Entré en un ataque de ira. Pasaron varios días y la cárcel de Tocuyito se convirtió en mi nueva casa. “La original” iba a visitarme una vez al mes, porque le daba pena ajena mi situación.
  • Lo que pasó: Quedé más enguayabado que antagonista de telenovela. El despecho me duró muchos meses. Pasaron los años y tuve varias novias. Ahora estoy soltero y buscando meterme en un lío. A “la original” más nunca la volví a ver. No me la encontré ni de casualidad.

Hecho #3: Una noche me puse a pensar qué sería de mi vida si hubiera tomado algunas decisiones distintas.
  • Escenario probable: Mi vida no sería mía. Estaría viviendo una farsa. Nada me pertenecería. Todo sería irreal.
  • Lo que pasó: Me puse a escribir sobre eso y alguien lo leyó.
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Fragmentos caraqueños


Título: Bienvenidos
Técnica: Digital
Locación: Centro penitenciario "La Planta"
Fecha: 2005
Autor: Daniel Mariani C.

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21.6.06

Jurungando mi iTunes


Esta semana:
Bersuit Vergarabat

En el escenario se les ve ataviados con pijamas. Parecen unos dementes… esa es la idea. Lo hacen en homenaje a los pacientes del un hospital clínico de Buenos Aires. Del 92 hasta la fecha, esta banda argentina ha publicado ocho discos de “rock combativo”. Últimamente andan en una onda de incorporar ritmos latinoamericanos a sus piezas. Un toque que los distingue.

Tal vez en Venezuela se les recuerde por una canción llamada Señor Cobranza, pero la bersuit tiene mucho más. Las críticas al sistema político argentino —que no dista mucho de la realidad en todos nuestros países— y a las múltiples caras de una sociedad injusta, están a flor de piel en las letras de este grupo. Sólo puedo recomendar que busquen material de esta gente y se lo disfruten.

La canción de hoy: “En un país de mudos, se escucha un gran silencio. No se percibe que algo va a pasar.” Así comienza Perro amor explota. No lo busques, que está ahí. Llegará. Sólo queda esperar.

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20.6.06

Crónicas de un mochilero (X)

Detrás de la pared de vidrio
La escena no comienza en el séptimo piso del Hospital de Vall d'Hebron en Barcelona. Pero era en ese lugar donde estaba Jorge —el hermano mayor de El Tuyío— acostado en una cama reclinable, con todo el brazo derecho arropado por un grueso vendaje. De donde estábamos parados se veía a Jorge —a través de un grueso ventanal de vidrio— en primer plano. Al fondo se detallaba la silueta de un hombre mayor con todo el cuerpo lleno de vendas. Parecía momificado.

Cinco horas antes estábamos todos en el apartamento. Queríamos hacer algo en grupo, aprovechando que todos tenían el día libre, y gustó la idea de ir a un centro comercial a jugar bowling. El Tuyío, Cori y yo andábamos de vacaciones, pero el resto estaba ocupado con sus trabajos, así que teníamos que aprovechar ese día para salir en grupo. Todos estuvimos listos en el acto. Jorge pondría la nota diferente. Se quedaría en casa durmiendo. Estaba cansado. Al regreso nos tomaríamos unas cervezas jugando dominó, cosa que molestaba mucho a nuestros ancianos vecinos. Odiaban el ruido que hacían las piedras cuando chocaban contra la mesa. Pobres vecinos; tal vez no sabían que dominó sin ruido no es dominó.

La sala de bolos quedaba realmente lejos de la casa, pero casi no se notó la distancia. Cuando se está echando vaina con los amigos el tiempo acelera sus pulsaciones ¡Cómo echamos broma ese día en el metro! Parecíamos mamadores de gallo profesionales. Estábamos privados de risa. Hacíamos bromas entre nosotros y con nuestros compañeros de vagón. En un momento ellos comenzaron a reír también. Llegamos a la estación de destino. Cuando salimos a la superficie, todavía nos esperaban varias cuadras a pie hasta el centro comercial.

Mientras marchábamos desordenadamente, después de caminar largo trecho, el celular de El Tuyío empezó a sonar. Nosotros seguíamos jodiendo.

—¡Mierda, ya voy para allá!— gritó El Tuyío a su interlocutor por el celular. Su voz había pasado de ser alegre, para degradarse a un tono triste. Casi parecía llorar. Todo pasó en un segundo. Inmediatamente se dio media vuelta y salió corriendo en dirección a la estación de Metro.

Nadie preguntó nada y todos pegamos la carrera detrás de él. Yo no sabía por qué corría. Sólo pensaba que debía correr con fuerza. Sin detenerme. Todos lo sabíamos. El Tuyío corría muy rápido. Estaba desesperado. Corrió como nunca lo había visto correr en todos los años que llevo conociéndolo. Tal vez nunca más lo haga así. Llegó a la estación y justo pudo entrar en el tren antes de que las puertas se cerraran. Nosotros no lo logramos.

El regreso se hizo eterno. Esta vez nadie hablaba. No sabíamos qué había pasado. No podía ser algo bueno. El Master dijo, muy preocupado, que algo le había pasado a su hermano Jorge. Todos estábamos muy nerviosos. Cuando llegamos al edificio, nuestros ancianos vecinos nos informaron que una ambulancia se había llevado a Jorge. Ya El Tuyío había pasado por ahí. Nuestra tensión creció aun más. Fuimos de prisa al hospital.

Nos enteramos que en el séptimo piso del Hospital Universitario de Vall d'Hebron está la sala de quemados. Jorge tendría que estar ahí por varios días. Se quemó el brazo derecho y la mano de la forma más tonta. Estaba friendo unas papas. Pasó por el quirófano, porque tuvieron que hacerle un injerto de piel. Cuando llegamos al pasillo donde estaba el ventanal que nos separaba de la habitación ya El Tuyío estaba sentado a su lado. Vestía una bata de hospital, con su respectivo gorro y tapabocas. Los pacientes quemados deben ser tratados con mucho cuidado para evitar alguna infección.

Al principio nos comunicamos con señas a través del vidrio. Una enfermera se apiadó de nosotros y nos señaló un intercomunicador que estaba a un lado.
Jorge se percató y desde la habitación apretó el botón y dijo:

— ¡Aquí huele a parrilla!

Ese día parecíamos mamadores de gallo profesionales.

Nota del autor: Pido disculpas por no publicar las crónicas el día domingo.
Como dicen todos los que se excusan y no quieren dar explicaciones:
"fue por motivos de causa mayor".
Intentaré ponerme al día esta semana.
Les debo las recomendaciones y el Jurungando mi iTunes
que debería aparecer publicado hoy.


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16.6.06

No son amig@s

hijo

Tengo amig@s, las hormonas. Son todas especiales para mí. Tengo una muy querida, pequeñita la carriza. Es oscurita, chambeadora, diligente y bella como ella sola. Un verdadero sol bajo las palmeras, un ángel en la acera. Cómo la quiero, caramba. Otra tiene acento a pasta y zarandonga. Es la más linda de todas las lindas. A veces hermana, a veces platónica, pero siempre, pase lo que pase es ella. Siempre.

La diversidad es enorme, tengo hormonas grises, simpáticas, radicales, burrísimas, geniales, atrevidas, especiales, acromegálicas, universitarias y caseras. Mis hormonas definen cómo me siento en la vida. Tengo una en la tiroides que es enorme y cumbianchera. Se rindió ante el reguetón y a manera de broma expele sustancias controladas que producen metástasis a su alrededor. No es cancerígena (de hecho, no sé si existen hormonas cancerígenas), pero jode a ratos. Ella me ayuda, yo le escribo. Ella me enseña, yo la animo.

Hay una que me sube la bilirrubina cuando necesita glucosa, y me produce calambres estomacales cuando no. Tengo una, incluso, que no se dónde la tengo. Yo la llamo Copperfield, ella no lo sabe. Unas plaquetas dicen haberla visto cerca de las rodillas o del bazo. No hubo mayores comentarios al respecto.

Pero como dije o escribí, tengo hormonas de hormonas. Hormonas que no se hablan, no se oyen ni se ven. Hormonas que, como hormonales, son emocionales, primitivas, se ponen feas y hasta mezquinas. Unas joyas para querer toda la vida. Hormonas que abandonan, vienen y van y se vuelven a ir. Hormonas que desilusionan, que me arrechan y se arrechan si se les recuerda que no vagan solas por el amplio sistema circulatorio que da vida. ¿Lo mío será andropausia? Tengo de esas que entorpecen más que una gripe, más que una fiebre, más que un lunar con un pelo.

No se que haré con mis hormonas o que harán ellas conmigo. No se si algún día me desvanezca por falta de cohesión molecular o no, pero al final, tanto como al lunar como al pelo debo quererlas, como al ojo, como al codo, como a otra (y cada) parte de mí. Después de todo, no son amig@s, son hormonas.

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15.6.06

Fragmentos caraqueños


Título: A tus pies
Técnica: Reflex B&N
Locación: Quinta Crespo
Fecha: Noviembre 2005.
Autor: Marcos Mendoza Saavedra

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13.6.06

Jurungando mi iTunes


Esta semana:
Marvin Gaye

Criado en la capital norteamericana, el joven Marvin inició su paso por la música cantando en el coro de la iglesia donde su padre era ministro. Luego se convertiría en el consentido del sello musical Motown. De esta etapa son recordados los dúos con Tammi Terrell.

Al incorporar en sus canciones letras de denuncia social decreta la lenta ruptura con Motown, pero engendra el que es conocido como el mayor álbum soul de todos los tiempos: What´s going on, en 1971.

Marvin se hace adicto a la cocaína después de un par de fracasos musicales; es entonces cuando busca refugio en casa de sus padres. Grave error. El primero de abril de 1984 es asesinado por su padre -sí, el ministro de iglesia- de un disparo luego de una fuerte discusión.

La canción de hoy: I heard it through the Grapevine está llena de dolor y confusión, reflejada en la voz única de Marvin. Demuestra porque no es bueno enterarse gracias a chismes de alguna infidelidad ¿Será verdad lo que dicen? ¡Házmelo saber, nena!

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11.6.06

Crónicas de un mochilero (IX)


Un sonido familiar

Con la llegada de Cori a Barcelona se completaría el grupo de manganzones que se hospedarían en el viejo 101 de Concell de Cent. Éramos cinco hombres vulgarmente desordenados y, ahora, se unía a nosotros una chica que distaba mucho de nuestras actitudes regulares; lo de Cori no era la ropa tirada en el piso y las comidas a destiempo.

Convivimos los seis durante una semana, con todo lo que eso implica en un apartamento que tenía distribuido en sus sesenta metros cuadrados dos habitaciones, una cocina, una sala/comedor y un baño. Creo que entre todos nosotros, a pesar de la amistad de años, habían muy pocas cosas en común —además de tener que compartir el baño—. Los seis estábamos allá en distintas etapas de vida, con diferentes búsquedas, en ondas ajenas. Algún parecido con un reality show es pura coincidencia.

Cori es la novia de Carlitos, uno de mis grandes amigos desde la infancia. En poco tiempo ella se había convertido en una más de nosotros. Ese verano viajó hasta la península a visitar a unos familiares en las afueras de Madrid. Semanas atrás, estando en Caracas, quedamos en vernos en España. Barcelona sería, de nuevo, el punto de encuentro.

La primera salida con Cori la hicimos hacia los lados de la Barceloneta. Estábamos Arturito, el Tuyío y yo. Conoceríamos la playa más famosa de Barcelona. Nos tomamos las respectivas fotos con el Mediterráneo de fondo y caminamos largo trecho por la arena. Los chapuzones en la playa fueron pocos, porque, a pesar del caluroso verano, el agua de la playa estaba helada. Mientras recorríamos la costa comenzamos a escuchar a lo lejos algo que nos parecía, a todos, muy familiar. Desde la distancia no se podía percibir el sonido con nitidez. Decidimos caminar guiados por ese indescifrable ruido.

Mientras más avanzábamos, más crecía nuestra espectativa. Por fin, después de unos cuantos metros, pudimos entender, al unísono, cual era el mensaje. “¡Buenas noches, cuerda de jodedores!” Al escuchar eso, todos nos sorpendimos —como si hubiéramos presenciado una revelación de la Virgen de Fátima— y alguien dijo: “Mierda, El Conde del Guácharo está acá!”. Por supuesto, apuramos el paso. También está claro que no era el conde en persona, pero no importaba. Cuando llegamos al chiringuito de donde venía la grabación nos sentíamos en El Picoteo. Inmediatamente pedimos hablar con el dueño del kiosco y, obviamente, era venezolano. Sin pensarlo dos veces, nos sentamos y pedimos la primera jarra de sangría bien fría.

El ambiente estaba genial. Hablamos mucho y bebimos más. En un momento la mesa estuvo llena de jarrones que, no hace mucho, contenían sangría. El dj del sitio repitió mil veces un disco de Los Amigos Invisibles y no estuvo tan mal. La cosa iba muy bien, pero el clímax lo alcanzamos cuando se acercaron a nosotros un grupo de italianas bellísimas. Compartimos chistes y bebidas con ellas. Las tipas eran lindísimas. Para tener respaldo de ese encuentro comenzamos a tomarnos fotos con las ragazzas. Quisieron darse un baño de mar y nosotros, ni cortos ni perezosos, secundamos la idea. Pero no todo puede ser tan perfecto. En ese momento llegaron los novios de las chicas. Comprendimos que estábamos fuera de competencia cuando ellas entraron al agua en topless tomadas de la mano con su pareja.

Resignados —y bastante borrachos— nos quedamos sentados en la arena. Yo caí dormido en el acto. Al rato, Cori me levantó. Ella no bebe nada de alcohol. No le gusta. Así que era la más sobria en un perímetro de mil metros. Justo al despertarme aceptó, sin saberlo, una curiosa responsabilidad. Desde ese día se convertiría en la encargada de guiar nuestro camino durante y después de las peas hasta que llegáramos a casa. En especial las mías. Era —oficialmente— mi compañera de camino no alcoholizada.

Recomendaciones de hoy:
El blog: Rafael Nadal - El sitio: El Chiringuito - La peli: The Virgin Suicides, dirigida por Sofia Coppola - El trago: Sangría - La Ñapa: ¿Más salado que Raúl?

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9.6.06

Saca para partido


hijo

El juez de silla pide silencio pues el teclado desconcentra. Escribo para no faltar al contrato. Sólo por eso. Merci beaucoup. El mundial ya comienza, la fiebre se prendió y no hay Atamel que la baje. Let. La pelota se viste con sus mejores galas y se echa un coloretico para salir a ser gambeteada, smasheada y, a fin de cuentas, acariciada en tevé. Deuxiéme service. Mientras de este lado, el mundo ajusta su reloj interno a la hora alemana, yo me quedo en Francia pa’ vacilar un rato en la arenita. Aujourd’hui Nalbandian fait face à Rogério. Trente-Zéro ¡Coño! ¡Allez David! ¡Allez, fils de pute et la recoquille de la mére que t'a vêlée! Vamo’ vamo’ Argentina... vamo’ vamo’ a ganar... ya que no va a poder Messi, vos lo tenés que lograr. ¡Vamo’ Daví! ¡Ar-gen-tina. Ar-gen-tina. Ar-gen-tina! Si’l vous plaît. Madammes et monsieurs. Merci. On va continuer. Quarante-Zéro. Triple match Point.
Por hoy no puedo escribir más. Necesito los dedos para cruzarlos.

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8.6.06

Fragmentos caraqueños (VIII)


Título: Cuerdo
Autor: El chamo del 114
Técnica: Digital
Locación: Plaza de los museos
Fecha: 2006

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6.6.06

Jurungando mi iTunes


Esta semana:
Panasuyo

Si hay algo que me parece positivo de toda esta movida de neofolclore, impulsada gracias a el 1x1 de que establece la Ley, es la aparición de propuestas novedosas. Nada de versiones pavosas que se la tiren de intensas. Aureleano Méndez, el panasuyo, llegó para fusionar los acordes del cuatro con pistas electrónicas. Habrá que prestarle atención a esta propuesta.

La canción de hoy: Monte y culebra, canto a Caracas; a esa ciudad que pareciera no pararle mucha bola a uno. La Caracas que te acepta el cariño que le profesas, pero en cualquier momento te paga de vuelta con un poco de brutalidad para que no salgas nunca más de sus adentros. Estás atrapado.


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5.6.06

Querido inspector de tránsito


Caracas, 5 de junio de 2006

¡Gracias! ¡Mil gracias, inspector! Usted ha sabido forjar mi carácter. Después de tantos encuentros, su cosecha ha dado frutos. Dejé la rebeldía y entré derechito en el carril del sistema ¿Para qué estar en regla? Por su obra y gracia soy sobornador de oficio. Hemos pasado juntos muchos momentos memorables. Son tantas las cosas que me ha enseñado. No sé cómo agradecerle. Usted, camaleón de mil batallas, ha sabido engañarme una y otra vez. Unas veces uniformado como cualquier policía municipal de esta ciudad; otras, acompañado por un grupo de metropolitanos. Es más, recuerdo aquella vez que me detuvo vestido de civil. ¡Usted y sus vainas, inspector!

“Esto es un procedimiento de rutina”, me dijo aquella vez. Fue cuando le pregunté el por qué de mi detención. ¿Recuerda? Me paró, por primera vez, en esa calle de Plaza Venezuela, la que da hacia la torre Polar. Yo tenía 18. Usted llevaba el mismo tiempo en la inspectoría. Me pidió los papeles y se los di. Recuerdo que mi certificado médico estaba vencido. Había expirado un par de días atrás.

“El carro se va retenido”, me dijo con tono intimidador. Yo repliqué de inmediato, pero usted seguía (sigue) con su actitud intransigente. Parecía firme. Iba a llamar a la grúa para remolcar mi carro hasta algún estacionamiento por la Panamericana. Me contó que en ese lugar desvalijaban carros cada minuto. Habló no sé de cuántas unidades tributarias de multa. Le creí. ¡En qué peo me metí! Después, echo el pendejo, abrió la Ley de Tránsito y dijo: “Chamo, te ves buena gente. Pon quince luquitas en el librito y te vas”. Lo hice y me fui. Fue el principio de nuestra interesada relación.

Un tiempo después me puse a ojear la fulana Ley de Tránsito y resulta que por no portar el certificado médico —o tenerlo vencido— me tocaba una amonestación verbal. ¡Vaya que lo hizo bien, inspector! Ese episodio sería el primero de muchos.
Luego, usted comenzó a aparecer en todas partes. Confieso que le tenía miedo. Estaba paranoico. No podía pasar a su lado, porque de inmediato me hacía las señas de costumbre y me tocaba orillar a la derecha. No sé por qué me perseguía. Después supuse que quería ser mi amigo. Sólo los amigos piden plata de esa manera: sin vergüenza, cero desparpajos. Siempre querías —te tuteo, porque ahora somos panas— algo de plata para los frescos o pal café. Tanta cafeína te puede hacer daño, inspector.

Debo decirte que, de un tiempo para acá, he tratado de evitar algún encuentro contigo. Sé que eres lento y torpe, por eso tomo la autopista. Nunca estarás por ahí. También sé que sales de tu cueva —o inspectoría, que es lo mismo— puntualmente los quince y último de cada mes. Vas de cacería. Estás al acecho. Buscas una presa fácil que te dé “algodón” para resolver tu maltrecho sueldo. Es que ya te lo gastaste en caballos y triples. No puedes llegar donde tu mujer con esa cara de inspector. Te conozco bien. Sé exactamente donde colocas las alcabalas, cuales son tus semáforos favoritos. También tengo conciencia de tu pereza, por eso es imposible verte los domingos o al final de la tarde un día que no sea de cobro. Te conozco, pajarito.

Sinceramente, no quiero que nos pongamos melancólicos. Esta carta no es para eso. Sé que extrañas que, como siempre me dices, “te piche algo de rial”. Yo también extraño estar parado a un lado de la vía dándote explicaciones. Pero lo que motiva todo esto, es felicitarte por las cinco décadas que cumple este año tu institución. Y, por supuesto, darte las gracias. Gracias por darle licencia de conducir a cuanta persona se baje de la mula. Mil gracias por no aparecer cuando hay congestionamiento o algún choque en la vía. Un millón de gracias por ser el perfecto prototipo de la mediocridad de mi país —nadie lo hace mejor que tú—. Infinitas gracias por dejarme claro que ser inspector no es mi vocación. ¡Gracias totales, hermano!

Sinceramente
El Chamo del 114

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Ilustración: hijo
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4.6.06

Crónicas de un mochilero (VIII)

El bar de Joan´s

Quedaba a media cuadra del apartamento. Era un sitio pequeño que contaba con una barra, una máquina de cigarrillos y varias mesas. Tenía dos televisores colocados en las esquinas. En la acera del local habían cuatro mesas para que los clientes pudieran consumir al aire libre. En las noches, cuando teníamos algo de plata extra íbamos a comer a donde Joan. Él nos preparaba unos bocadillos de jamón serrano o unas patatas bravas y veíamos los juegos de fútbol, hablábamos de política, del clima, de cualquier vaina. Llegábamos a ese bar a filosofar libando unas cervezas. Nuestras charlas se extendían por horas. En ocasiones, cerrábamos la santamaría del sitio y quedábamos adentro para no cortar en seco nuestras deliberaciones.

El dueño del local, Joan, es un tipo de más de cuarenta años. Su edad se ve reflejada por la calvicie que trata de ocultar. Su mal humor es directamente proporcional a la lluvia. Cuando llueve es mejor no ir hasta el bar. También influye en su estado de ánimo que su ayudante/amante haga las cosas como él quiere. Pedro es su mancebo. Es un inmigrante ilegal, que llegó a tierras catalanas directo desde Perú. No sé, a ciencia cierta, cómo aterrizó en el bar, pero después de unos meses compartía la cama con el dueño. Pedro era sumiso, buena gente, pero muy pendejo. Imagino que tenía que soportar los gritos de Joan, porque no le quedaba más remedio.

Al bar de Joan´s —porque así se llamaba, se podía leer clarito en el letrero que daba a la calle, “El Bar de Joan´s”, con apóstrofe, mariquísimo— siempre asistían las mismas personas. Éramos un pequeño club que no necesitaba membresía, aunque sí unos euros en el bolsillo. Cuando uno estaba en urgencia extrema, podía pedir fiado, pero a Joan no se le olvidaba. Nuestros compañeros de tertulia nos doblaban la edad, podíamos ser nietos de muchos, pero eso no era problema. Al entrar nos convertíamos en unos viejos jubilados. Estoy seguro que, de alguna manera, ellos agradecían —sin hacerlo— nuestra presencia en el bar.

— Tuyío, mira la hora. Vámonos— le dije con cerveza en mano.
— ¡Mierda! Joan, te pagamos mañana. Dejamos la plata en la casa.— balbuceó dirigiéndose al hombre que estaba detrás de la barra.
— No hay problema. No te acostumbres— respondió el dueño del bar, como aliviado, porque éramos los últimos en el lugar.

Nos teníamos que ir a dormir un rato, porque debíamos estar temprano en el aeropuerto. A las nueve de la mañana llegaba Cori desde Madrid.

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2.6.06

4


hijo

Como ya es tradición, cada cuatro años el papaíto más famoso de Venezuela se levanta y camina. Va al baño, lee algo mientras depone, se da un duchazo, se lava los dientes, se viste y se monta en el ascensor. Si no hay nadie, libera presión intestinal. Si alguien lo acompaña, pospone la operación de mantenimiento para cuando esté montado en su vehículo automotor. “Ay mamita querida, qué tortilla más divina la de anoche. Sin querer se mata a un hombre y queriendo a una mujer”. ¡Lázaro, levántate y narra!

Así como Lázaro, cada 4 años se despiertan nuestras ganas de armar caimaneras futbolísticas en cualquier lugar. Pantanales de ensueño, áridos pisos desnivelados, rústicas canchas de pelotica de goma se convierten en trincheras para emocionantes batallas en las que podemos demostrar nuestra garra, pasión, coraje y aquello por lo que ulteriormente seremos recordados: nuestra mala condición física y falta de destrezas técnicas.

Hace IV años, por esta misma época, el historial de nuestro navegador se llenaba con cosas como futboltotal.com, fifa.com, es.uefa.com, hotcheerleaders.com (para variar un poco), masfutbol.com y como setecientas cuatro direcciones más, dedicadas a la fiebre futbolera. Aprovechábamos la ocasión para ir al Sambil (o Metromercado) a recoger las nuevas equipaciones de las selecciones mundialistas. El repertorio conversacional se ensanchaba y alargaba. Podíamos hablar de béisbol, de economía, de los cabrones que hacían política y hasta de los políticos mismos, pero ahora también podíamos hablar de fútbol.

“Este año Ronaldo es goleador – Pssss, estás loco, este mundial es de Ballack – La Vinotinto llegará a Alemania 2006, ya lo verás – Santa marihuana, Batman”.

Luego, ya todos sabemos lo que ocurrió. Un receso, desde aquel 30 de junio en Yokohama, de mil cuatrocientos treinta y nueve días llenos de historia universal, transcurrió ignoto en el camerino entre 2002 y el presente. Venezuela no llegó, y su presencia en la cita mundialista se limitará a las incontables banderas nacionales que veremos en los estadios germanos y algún afortunado comentarista deportivo de Venevisión. Pero eso ya no importa, igual ninguno le iba a ir a Venezuela contra Holanda o Argentina. Y digo esto porque, de haber ido, segurísimo nos tocaba ese grupo.

Gracias a la providencia, el cuatrienio acabó. La pausa del entretiempo terminó y ya arranca nuevamente el jueguito de los 22, junto con las ganas de olvidar todo lo demás. Los directores técnicos ya hemos hecho nuestras modificaciones. Cada uno fortalece su planteamiento central: sale el número 5, Paul Íthica Internacional y entra el 8, Lampard, alias “La quiniela” debido a sus extraordinarias capacidades de multiplicación dentro de la cancha. Sustituyendo al cansado Chrisis E. Konömik en el sector medio de la cancha, entra Schweinsteiger y por la banda derecha, subirá Giuly por el poco efectivo, Elèxi Honest-Jah.


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1.6.06

Fragmentos caraqueños (VII)



Título: atardecer en Venus
Autor: hijo
Técnica: Retoque digital
Locación: Venus
Fecha:
29 de mayo de 2078


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