28.2.07

Delicioso laberinto

Él, tosco en sus maneras, impreciso en sus argumentos, visceral como sólo él y sus antepasados pueden serlo, de gustos muy extraños, estaba sentado frente a la ventana de su cuarto de periferia. No sé qué lo ataba a ese pequeño ventanal que estaba ya corroído en todos sus bordes por la perseverante humedad de esta región. Desde ahí sólo se divisaba, apenas, la vieja pared mohosa del edificio 63, ese que está ahí enfrente desde que su abuela no lo era. Tenía horas ahí, preocupando a todos, dejando que respondieran con conceptos vagos todas las preguntas sobre aquello. Elevaron hipótesis, injuriaron a su madre, desesperados por no saber. Creyeron que algo le pasaría. Sólo él sabía lo que hacía.

Con su dedo índice recorría la silueta de una pegantina a medio romper que puso en ese vidrio cuando cumplió 8 años. Una calcomanía horrible. Él lo sabía, pero prefería dejarla ahí como recuerdo a medias de una infancia que también lo fue. Su mirada estaba perdida entre los ladrillos y el cemento del edificio 63. De reojo trataba de asomarme a ver si podía ver algo diferente, que llamara la atención, pero ni el gato negro de siempre estaba esa tarde buscando qué comer. Hice ruidos a ver si lograba romper su concentración, pero él no parecía notarlo. Desistí rápidamente. Sabía que era una causa inútil.

Esa tarde naranja, aquel buen amigo había resuelto lo inexplicable. Desde ese día todos sus esfuerzos en vida empujaban una sola causa que para occidentales y orientales de buena fe, era dura de comprender. Hoy día no existen sectas como esa, muy a lo old fashion, muy de Guyana o de Manson tal vez. Una secta que no comenzaba en el Ávila sino en las afueras de una ciudad de valles y colinas, esa tarde de un lunes o martes, la verdad nadie recuerda bien. En aquella habitación, mi camarada de años, había resuelto que dedicaría enteros sus días y sus noches a esperar el día final. Asombrados ante la determinación de sus palabras, optamos por reírnos una y mil veces. Las múltiples contracciones de nuestro abdomen, producto de la risa a carcajadas, dejaba un dolor incómodo, pero justo ante semejante disparate. Él no comprendió aquella explosión, nunca pensó que se burlaban de él, como en efecto hicieron una y otra vez, sino que tenía la certeza de que él era un ente superior, el elegido entre los hombres, el que debía cumplir los designios de su nuevo dios: johnnie drunkin.

Desde esa tarde no dejó de hablar de jhonnie drunkin, en minúsculas, porque era un dios humilde, en palabras de mi aturdido amigo. Así que para honrarlo tomaría todo el licor que un hombre pudiera beber jamás. Los primeros días pareció una excusa barata para emborracharse. Así, bebió de la botella hasta vaciarla. Y cuando la meta era cumplida, llegaba el momento de la otra y así. Esos primeros días, mi buen amigo caía inconsciente al piso. Diligentemente, lo recogieron de la alfombra curtida, regalo de una tía que no la quería más.

Un día, caminando por la Plaza Bolívar, vi un tumulto de gente que estaba agrupada en torno a un espectáculo. Ha de ser algo magnífico, pensé. Y lo vi ahí, declamando a la sombra del libertador, con la mirada fija, como cegado, aturdido. “No teman, porque el fin llegará. Prepárense para lo inevitable. Del cielo no vendrá nuestro salvador, así que la cara no tendrán que alzar. Es él, sin darnos pista alguna se acercará con toda su gloria a salvarnos de un mundo de abstemios. jhonnie drunkin, vendrá a rescatarnos del caos, de la ley seca y cualquier otro sacrilegio, hombres de poca fe. Deben beber hasta más no poder para entrar en el reino que siempre soñaron, un reino de eternidad donde sólo los hombres de buen beber pueden entrar. Es el reino de la felicidad, hermanos. Escuchen a este humilde pastor, que tuvo la dicha de topárselo una tarde cualquiera. Crean que él cree en ustedes.”

Aquella función bizarra en el fondo me pareció lamentable. Sentí pena por mi buen amigo. Pena por mi, por haberme marchado, dejándolo ahí. No tuve el valor de llevarlo a otro sitio. Sentí pánico a las miradas vigilantes de todos los demás. Mal por mi. Qué clase de amigo puedo ser. Mala mía.

Después de que todo el espectáculo terminó, seguí mi rumbo, directo a mis papeles y a mis horas extra de trabajo no forzado en un cubículo modernista, que era apenas uno de los cientos que hay en la oficina gris, de una compañía del mismo tono. A esa oficina que tantas veces maldije, que no tenía ni un mísero ventanal por donde respirar. Regresé a mi infierno particular, con mi traje y mi corbata que en ese momento se asemajaban más a la vestimenta de un verdugo que ya había sentenciado a mi buen amigo, dejándolo preso en su trastorno. Haciendo el ridículo en aquella plaza pública llena de gentes que no valoraban nada, ni su propia vida, que se dedicarían a comentar, a modo de anécdota, la historia de aquel pobre infeliz que gritaba que el mundo se acabaría y que beber nos salvaría de la perdición.

Pensé mucho en él, pero pensar no resuelve nada. Así que intenté comunicarme una y mil veces. Nunca pude. Seguro dejó su trabajo y comenzó otra vez con su escándalo. Lo habrían detenido. La policía no tiene compasión. Es su labor. Nacieron así, el sistema los educó. Seguro lo habrían metido en un calabozo parroquial, húmedo, lleno de delincuentes e inocentes. O tal vez, la indigencia se lo había tragado. Viviendo en la calle, comiendo de los desperdicios de la gente bien. Dependiendo de la basura de los demás.

Iba a los sitios de siempre y nada. El que fuera en otros días el hombre más popular entre sus conocidos, había desaparecido sin dejar indicios. Dónde estará mi amigo. Aquel buen hombre. No se ve ni la sombra. Regresé a la plaza, pero el espectáculo del día estaba a cargo de un malabarista insípido. Pregunté a la gente y como respuesta recibí muecas de desagrado. Yo no estoy loco. Él alguna vez se paró al lado de la estatua y declamó. La gente me veía con horror. Yo no estoy loco.

Pasaron los días y mi culpa iba creciendo. En casa las cosas iban mal. Cambiaron la cerradura. No tenía como entrar a mi sitio. Ya ni siquiera me interesaba la silueta de mi exmujer. Ya no quería saber nada de ella, ni de sus muslos gigantes y sus facciones imperfectas. Se lo dije. No me escuchó. Tal vez no me creía. Sabía que en el fondo era un adicto a aquel rostro asimétrico lleno de granos, de esa espalda manchada por unas pecas terribles, de su aliento visceral y su cabello curtido. Ella se sentía orgullosa de su celulitis. Yo también. Siempre me encantó la abundancia. Intentó acariciarme y no me pude contener. Caí. En ese momento el frío se apoderó de mi cuerpo. Con su nariz quebrada rozaba mi cuello y hacía como una cerda. Oink, oink. Y eso me encantaba. Y toque sus piernas sin rasurar y me detuve para verla verla bien. Me encanta cuando está ahí, desnuda, pero no indefensa. Con sus bigotes modestos y su abdomen gigante y la delicadeza de su oink oink me tenía atrapado y volví a por ella. Y todo era muy incómodo por sus enormes proporciones, pero eso me gustaba. Y ella arriba y yo asfixiándome, sintiendo que mi corazón latía en su carne, deleitado ante ese cuerpo monumental. Sentía culpa, dónde estaría mi amigo a esa hora. Ella me mordió con fuerza y no lo recordé más.

Me levanté muy tarde. Estaba agotado. Totalmente aturdido y sin ella. Sin mi fiera. Se fue y me dejó. No más de la cerdita para mi. Era una basura. Así me sentí. Y recordé a mi amigo. Me sentí peor. De inmediato lo fui a buscar. No sabía por dónde comenzar. Esta maldita ciudad es muy grande. Tal vez yo sea muy poca cosa. Insignificante ante ella. Eso era. Era yo y mi minúscula existencia. Conseguí algo de dinero como pude. Voy por un trago.

Llegué al olvidado bar de la cuadra. Apenas estaba abriendo aquel sitio en ruinas ubicado a las afueras. Me senté en la barra y bebí en ayuno. Una, dos, tres, cien copas. Las horas pasaban lentamente, pero los tragos no. El encargado me observaba con asco. Yo le devolví la mirada y le lancé los billetes. Imbécil. Bebí un poco más. Y entró el sacerdote con un gato azul. Se santiguó y siguió derecho al baño. Idiota. No eres nadie. Estás perdido. No te salvarás. Nadie lo hará. Sólo yo. Estoy seco. Necesito beber. Y bebí. Al fondo se escuchaba a Nat King Cole cantar alegremente en español y sonreí. ¡Qué bolas!

A mi lado se sentó un tipo que se me hacía conocido. Preocupado preguntó por mi, por mi paradero. Lo vi a los ojos y después miré mi amargo y delicioso trago. Y recordé una vieja pegantina destrozada, me vi recitando verdades ante la gente en la plaza, y a los malditos policías, un trabajo terrible, el calabozo, el frío de la acera y la recordé muerta, y me empiné otra copa. Una visión azul, terrible. Puse mi mano sobre su hombro y resignado le dije a aquel tipo: “Aquí encontrarás la salvación. Acompáñame con un trago”

27.2.07

Crónicas de un mochilero (XXI)

Saint—Denis de sorpresa

En el hostal parisino, me cambiaron a una habitación más pequeña, que compartiría con dos personas más. Uno de ellos era un joven japonés. El otro era Fredrich, un señor alemán que había llegado a París en bicicleta desde Gelsenkirchen. Con él hice empatía instantánea. Fredrich, a sus sesenta y tantos años era un deportista a todo pulmón. Había llegado hasta Francia usando el Mundial de Atletismo como excusa. En realidad sé que, como nadie, disfrutaba de montar la bicicleta por cientos de kilómetros. Esa nueva habitación contrastaba por todos los costados. Por una parte estaba el joven japonés, metódico como es costumbre. De muy pocas palabras y muy serio, la verdad. En la litera, arriba, dormía Fredrich que tenía una disciplina abrumadora. Mis compañeros de habitación eran muy distintos a mi, a mi pequeño desorden. No es que tuviera todas mis cosas tiradas por ahí, pero debo asegurar que por más esfuerzos que hacía, nunca pude dejar todo perfectamente acomodado; siempre quedé opacado por los dobladillos de sábanas en las otras dos camas.

Pasé varios días compartiendo habitación con ellos, unos perfectos desconocidos, que manejaban códigos distintos a los mios, pero, la verdad, todo iba en perfecta armonía. A pesar de los notables contrastes entre un latino, un japonés y un veterano alemán, el clima de camaradería hacía de todo aquello bastante confortable. Yo siempre era el último en llegar por la noche al cuarto, el japonés pasaba horas enteras llenando postales de París y las enviaba, muy temprano por la mañana a su gente en el lejano Japón. Fredrich a esa hora ya tenía rato haciendo calistenia para recorrer la ciudad en su bicicleta.

Una mañana me levanté a las 8. Estaba solo en la habitación, como ya se había hecho costumbre. Mis compañeros se habían levantado. Bajé a desayunar algo y sólo encontré al japonés leyendo un libro en el lobby del hostal. Le pregunté por Fredrich y me dijo que se había marchado de regreso. Supe, como tantas veces, que nunca más me toparía con él. Es una certeza que se tiene a cada instante.

La noche anterior estuvimos Gabriela, la mexicana, Emilio, un poeta iraní y Fredrich tomando un poco de cerveza en el bar del hostal. Después de un rato, emprendimos una expedición relámpago por Montmartre. Titubeamos un momento para entrar al famoso Moulin Rouge, pero en nuestro presupuesto no entraba aquel lujo. Así que con una foto en la fachada del lugar bastó. Muchos cafés y sitios eróticos estaban por la zona. El neón rojo podía encandilar. Nos sentamos en una mesa desocupada a orillas de la calle. Pedimos una ronda. Entre plática y plática, Fredrich se sorprendió cuando le dije que conocía al FC Schalke 04, su equipo de fútbol favorito. Creo que no supo digerir que yo, viviendo tan lejos, puediera tener idea alguna de un club de fútbol alemán que no se caracteriza por la popularidad que goza en el resto del mundo el Bayern de Munich, por ejemplo.

El viejo Fredrich regresó antes que nosotros al hostal. Una vez en el albergue nos fuimos al bar del sitio y seguimos libando licor por unas horas más. De pronto, Gabriela y Emilio habían desaparecido. El poeta iraní y yo quedamos bebiendo un poco más, pero ya la conversa iba perdiendo sentido. Sin más, subí a la habitación a dormir un poco. Con cuidado entré para no despertar a nadie, pero como siempre me sucede, tropecé con todo. Me tiré en la cama y quedé dormido.

Por primera vez sentí algo de nostalgia cuando el discreto japonés me anunció la partida del viejo alemán. Tal vez no estaba justificada, pero cuando se está solo por el mundo cualquier persona amable puede convertirse en parte de la familia de uno como errante.

Me senté a desayunar un plato de cereal en el comedor del hostal, mientras trataba de entender algo del programa rosa que pasaban por la televisión francesa. Subí a mi habitación para dejar todo listo. Entre mis cosas me di cuenta que había una entrada para el Campeonato Mundial de Atletismo. Decía a mano: Schalke!

Sin tenerlo previsto me fui esa tarde al mítico Stade de France en Saint—Denis a ver como el dominicano Félix Sánchez se hacía campeón mundial en los 400 metros. Todo por cortesía de mi buen amigo, el viejo Fredrich.


Ubicación al escribir esta entrada:
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23.2.07

La estatuilla que sube la torre



Hacer una película es similar a edificar un torre. Sí, sí; una torre. Un aposento muy alto, y que visto desde abajo impresiona, para bien o para mal, de buen gusto o todo lo contrario, pero una torre al fin.

Las bases se colocan con mucho tiempo previo de planificación. Se sondea el terreno y se experimenta con el guión. Ladrillo a ladrillo llegan los actores, locaciones, escenarios, utilería, vestuario, maquillaje, equipos, seres humanos y hasta el almuerzo. Se recubre con concreto de emoción y se refuerzan con pasión, esfuerzo y días eternos de insomnio. Piso a piso, la película cobra vida. Cada nivel superado es una escena lista con visto bueno en el script. Y la cúpula final es pintada “sixtinamente” con las pinceladas de la postproducción. Es así. Por esa torre pasaron primero cientos de hombres y mujeres, que dejaron el sudor en cada escalón, pero que ahora disfrutan de las sonrisas generadas automáticamente por la audiencia transeúnte que admira su labor.

Este año, los 79° Premios de La Academia tienen la difícil labor de escoger la mejor obra de arte, la más sólida, bien estructurada y estéticamente correcta. Cinco películas se disputan la estatuilla que define a la mejor realización del año a nivel internacional. Muchos rubros van dibujando el retrato de la máxima producción cinematográfica del 2007; así como varios galardones mundiales previos empiezan a mandar señales de los posibles ganadores. Sin embargo, algo que ha demostrado La Academia, es que el cine es un mundo lleno de sorpresas; y aunque soy partidario de que “la mejor película es aquella que a ti te gusta”, los “expertos” terminan escogiendo a la merecedora de la estatuilla calva y dorada según, valga la redundancia, sus propios gustos, ambiciones o beneficios.

El año pasado; cuando todo el mundo apostaba a la fórmula clásica (pero con un guión débil y “controversial” para algunos) de la Brokeback Mountain de Ang Lee, Crash le arrebató el premio con una estructura de historias cruzadas y un presupuesto muy bajo para los acostumbrados ganadores de la Academia. Sin embargo, la edición anterior fue un edificio de “medium budget”, con producciones que realmente no marcaron al espectador como otras realizaciones lo han hecho en años anteriores.

Pero ésta mala racha del cine mundial se superó en el 2006. Incluso, las cifras monetarias recaudadas por la taquilla gringa crecieron un trece por ciento, y la apatía del espectador norteamericano (provocada, obviamente por los mismos cineastas) mermó en varias recaudaciones multimillonarias, que favorecieron, en varias ocasiones, a directores y productores latinos.

Pues sí; la septuagésima novena entrega de los Oscar se edifica con buenas bases hispanas; y si el año pasado lo coronó el cine independiente, el 2007 trae una lengua castellana que flipa a media humanidad. Y el orgullo que puede sentir un continente es alto, recio y bien merecido.

Las nominadas a mejor película de este año incluyen al mexicano Alejandro González Iñárritu con Babel; Penélope Cruz está nominada a Mejor Actriz Principal y Adriana Barraza buscando la estatuilla a Mejor Actriz de Reparto. Guillermo del Toro puede llevarse el premio a Mejor Película Extranjera (además, es la película española que ha recaudado más millones de dólares en los Estados Unidos); Children of Men , de Alfonso Cuarón tendría bien merecido el Oscar a Mejor Cinematografía; y dos cortometrajes ibéricos se pelean a muerte el primer lugar en su respectivo renglón. Esas y muchas otras buenas noticias hacen que el nuevo cine del mundo venga empaquetado con la franela de “se habla español”.

Para quienes tengan algún dinero en juego, hayan apostado a la novia o el celular, o simplemente quieren restregarle en la cara a su mamá que saben más de cine que ella, estaremos dando un breve paseo por la competencia cumbre de la noche del 25 de febrero: Mejor Película. Es así que los nominados pisan la alfombra roja y todos, absolutamente todos, nos dejan sus huellas cinceladas en nuestro bagaje cinemtográfico: Babel (Alejandro González Iñárritu), The Departed (Martin Scorsese), Letters from Iwo Jima (Clint Eastwood), Little Miss Sunshine (Jonathan Dayton y Valerie Faris) y The Queen (Stephen Frears).


“I hate everyone”

A veces podemos llegar a odiar a alguien. Odiarlo por el simple hecho de ser un perdedor. O mejor dicho, de que lo consideremos un perdedor. Es más, podemos odiarnos nosotros mismos por ser unos perdedores. Este término es tan complejo y epistemológicamente enredado que podríamos compararlo con la disyuntiva entre el bien y el mal. Bueno, si lo miramos un poco más detalladamente, es la misma lucha, sólo que algo más sutil. El mundo está lleno de los llamados “ganadores”, mientras que el resto de la humanidad no tiene oportunidad alguna de alzar vuelo en medio de capitalismo y una competencia donde realmente solo sobreviven los más aptos. De esto trata Little Miss Sunshine. Su trama nos relata la historia de una familia guiada por un padre trabajador en empresas a nivel de consultoría emocional y dinámicas de grupo. Su filosofía pretende expandirse por el resto de su familia, pero no lo logra como el quisiera, dirige, para su pesar y frustración, una tribu de “losers”.

Esta historia relata – a modo de road movie – las peripecias de una familia típica nortemericana, con sus potenciales suicidas, sus locos asesinos y viejos aberrados, recorriendo como una happy family las vías de una nación donde impera la competencia salvaje y la obsesión por ser el mejor a como de lugar. Así, su meta final es llevar a la hija menor a un concurso de belleza infantil, donde disputará una larga jornada contra las más expertas mini misses de los Estados Unidos. Obviamente no voy a comentar toda la película, y mucho menos el final, pero ésta cinta se te mete por los ojos y te hace recordar un sin fin de cosas, por más insignificantes que puedan ser, pero que nos traen a colación aquellos pasajes de nuestras vidas donde fuimos – de cualquier manera posible – unos perdedores.

El trabajo actoral de la cinta es fenomenal, de todo el reparto, hasta el papel de la madre abnegada, que es el más neutral del film, se lleva sus méritos de a destellos. El guión de verdad es muy limpio, muy simple, con diálogos verosímiles que, incluso, no necesitan de muchas palabras para expresar una línea emocional. La inseguridad del hijo se ve en su máscara de soberbia nietzcheana; lo grotesco del abuelo se nota en cada línea que esnifa, y Marcel Proust se encarna con lejanía en un cuñado suicida que su mayor dilema es ser el del “segundo lugar”.

Alan Arkin tiene una nominación a Mejor Actor de Reparto por este film, y Jennifer Hudson hace lo mismo con la categoría homóloga femenina; y, por supuesto, el guión también se lleva un ticket para la rifa del premio. Little Miss Sunshine, es una buena película, digna merecedora de varios festivales, y se rescata el hecho de que sea la indie del año, pero, a pesar de todo, hay otras producciones que tienen más méritos.


God save the Queen

Phillipe Seymour Hoffman es para el 2006 lo que es Helen Mirren Para el 2007. El actor interpretó con tal visceralidad a un Truman Capote grotesco, real y hasta destestable que la película “Capote” fue, prácticamente la actuación del señor Hoffman, sin fotografía, sin edición, sin efectos especiales; si hubiesen proyectado un ensayo del actor en vez de la película, el efecto que dejó sería exactamente el mismo.

En el caso de The Queen, Helen Mirren pasará a la historia por su fantástica interpretación de la Reina Isabel II: fría, sombría, sencilla a veces, fuerte en otras, como si de verdad nos hablara con su acento inglés al oído, de carne y hueso. Mirren es el núcleo de una propuesta muy simple, incluso, con varios puntos débiles y toscos por parte del director, pero la falsa reina salva el pellejo de una película en extremo cuidada, y que pudo haber arriesgado más.

Por otro lado, Frears maneja la puesta en escena con bastante elegancia y sin llegar a ser rococó, como se acostumbra en los films de este tipo. Viendo la parte negativa de la producción, Frears se deja llevar por la prudencia, en extremo, y la trama se tambalea en ciertos puntos,incluso, desaprovecha a Mirren en ciertas escenas por colocar a la Princesa Diana.

Obviamente Mirren se lleva el Oscar a Mejor Actriz, eso está claro; pero el Oscar no se le entregará por culpa del propio padre de la criatura.


La epístola de Eastwood

Generalmente, los films hollywoodenses relacionados con alguna guerra en la que perticipó los Estados Unidos de Norteamèrica termina con la típica bandera eztrellada y un mal sabor de boca en el público que, de una u otra forma, no le creemos ni una sola palabra a los gringos. Si te encuentras a un gringo, cualquiera que sea su edad, se hará el héroe diciendo que fue a Hiroshima, Iwo Jima, Vietnam, El Golfo, Kuwait, Irán o Afganistán; a combatir las tiranías de los pueblos e implantar la “democracia” en los pueblos más necesitados (f***in’ gringos). En fin, el asunto político es harina de otro costal, pero lo que si es admirable es que un director proveniente de la vena hollywoodense se atreva a contar de la forma más anti gringa posible lo ocurrido en la masacre de Iwo Jima.

Clint Eastwood nos regala una carta totalmente conmovedora, escrita en verso japonés, y enviada en un paquete tan crudo y realista que deja en el sitio a más de uno.

El guión lo co-escribe con Paul Haggis, también autor de Flags of our Fathers y Million Dollar Baby, del mismo director, y ganador del Oscar con su ópera prima Crash. La historia, realmente es muy densa, pero no se siente ni en la espalda ni en la modorra del público.

Letters from Iwo Jima pudiera ser una sorpresa en la noche de los Oscar. Sin desmerecer a las anteriores dos películas, Eastwood se lanza de nuevo a un reto mucho más grande, y logra vencer. Da libertad plena a la actuación, y pienso que por el mismo hecho de haber nacido artísticamente como actor, Eastwood sabe como manejar las emociones y facciones de los protagonistas.

Asimismo, la historia se estructura de manera lineal, con una serie de flashbacks que no cansan y no son predecibles para quienes ven la película. Eastwood puede dar el batacazo el domingo; así que mosca con Iwo Jima.


El olvidado

Por su parte, el gran olvidado del 2006, y del 2005, y del 2004, y de todos los años de su carrera vuelve al ruedo del Oscar en la edición del 2007. Martin Scorsese, que pudo haber ganado el Oscar con The Aviator, con Gangs of New York, con Goodfellas, con The Last Temptation of Christ, con Raging Bull y con Taxi Driver, nos devuelve a sus raíces de violencia, mafia y humor negro, con unos “Infiltrados” irónicos, escatológicos y hasta hipnotizantes.

Al mejor estilo de Taxi Driver con De Niro, Scorsese aprovecha la majestuosidad actoral de un Jack Nicholson de por sí enfermo, demente, actuando como nunca antes había actuado; incluso, me atrevo a decir que Nicholson impacta más en esta película que como lo hizo en The Shining, de su majestad Stanley Kubrick. Nicholson se devora las actuaciones de un DiCaprio que va mejorando, pero aún le falta, y un Mark Wahlberg que también sorprende, pero no como para llevarse el Oscar a Mejor Actor de Reparto. Más bien, a este servidor, le parece una soberana injusticia que Nicholson no estuviera nominado en este renglón.

La película no sólo muestra de manera cruda una ficción real en la cultura policial de los Estados Unidos. Aunque el guión sea una adaptación, Scorsese aprovecha las miserias mundiales y las coloca con mejor resultado en el ámbito del norte. La fotografía es, sinceramente, increíble, con un juego de contrastes y una pulcritud tal que nos envuelve a todos en sombras. The Departed sería la gran ganadora de este año si no se hubiera presentado la siguiente película. Eso sí, Scorsese este año se hace con el Oscar a Mejor Director. La Academia tendrá un atentado terrorista (ya que esta de moda por este blog) por parte de un servidor si Martin no sale puliendo la cabeza de la estatuilla.


Al final de la torre

Llegar al último piso de una torre muy alto genera una gran satisfacción después de tanto esfuerzo y sudor derramado. Al asomarte por la baranda, la ventana, el balcón o la terraza se puede sentir el olor del mundo, el verdadero, el que mezcla a caucásicos con mestizos, indios con negros, hombres y mujeres, en un solo aroma inconfundible: el de la humanidad.

De igual manera, podemos observar las pequeñas sombras en el horizonte, y cada movimiento a escala que hacen los hombres día tras día. Estar en la cima de una torre, muy alta y bien edificada, es ver al orbe como se ve en Babel.

La tercera película del director mexicano Alejandro González Iñárritu llega como la gran favorita para la noche del 25 de febrero. Ésta, es la parte final de una trilogía Iñárritu – Arriaga que no tendrá más luz en historias posteriores para desgracia de los fans. Babel maneja una estructura “clásica” y rutinaria para la dupla, pero que sigue cautivando más y más seguidores, y que maravilla aún más a quienes seguimos sus pasos desde la primera producción.

Babel tiene una formula de guión mucho más simple que Amores Perros (2000), y 21 grams (2003). Donde cuatro historias se cuentan de manera paralela, y que, a diferencia de la primera de éstas, no se cruzan en ningún momento, si no que maneja como le da la gana el concepto de la teoría del caos. Un hecho acaecido en Marruecos afecta la boda más típica en una ciudadela mexicana colindante con EEUU.

Iñárritu se ha caracterizado por manejar un trabajo actoral diferente, con otro toque que no posee cualquiera. Se entrega por completo a los encuadres y los diálogos. Mantiene la atención del espectador con primeros planos en cámara en mano, silencios largos y miradas que advierten sentimientos.

La historia (o historias) de Babel nos presentan el gran dilema que acarrea la incomunicación. No sólo verbal, si no integral. Un abrazo, un gesto, una sonrisa, una mirada dicen mucho más que un monólogo; y para muestra, el botón de la trama desarrollada en Japón. Que sin hilos ni pegamento se sostiene sola, por una artista oriental que puede llevarse el Oscar a Mejor Actriz de Reparto, y que sin embargo considero como la parte más débil y fatua del guión, pero que es la mejor interpretada.

Globalización es sinónimo de distancia, de no necesitar contacto, de poder influenciar en la vida de otro(s) sin necesidad de estar cerca; y es un fenómeno que nos trae igualdad, cierto, pero, según Babel, la consecuencia más grande puede ser la destrucción de nosotros mismos, en conjunto, pero solitarios al mismo tiempo.

No cabe más nada sobre esta película. Se merece el Oscar. Se va a ganar el Oscar. Lo merece. Lo merecemos todos, por su película universal.

La recomendación de este año es la misma que la del 2006. El cine no existe si nadie lo ve. Así de simple. Cualquier película, buena o mala, no es ni buena ni mala, es distinta y con el mismo derecho a ser vista por aquellos que se les antoje verla. Aquí nadie es experto en cine; mucho menos yo, tan sólo doy mi opinión en base a las tantas veces que vi cada una de las películas nominadas, y que me da la sensación de poder predecir, repito, según mis gustos, de la ganadora el Premio de La Academia a Mejor Película, Este año la decisión es compleja, y cualquiera de ellas (cual Miss Venezuela) pudiera ganar en una noche tan linda como esa.

Gracias al Chamodel114 por el espacio, nuevamente. ¡Hagan cine!... ¡Vayan al cine!



Permuticas para el Domingo 25
Una lista con los posibles ganadores en los renglones más importantes (a ver cuántas pego), la primera opción es la ganadora, la segunda pudiera dar la sorpresa.

  • Mejor Actor: Peter O’Toole / Forest Whitaker.

  • Mejor Actor de Reparto: Djimon Hounsou / Jackie Earle Haley.

  • Mejor Actriz: Helen Mirren / Judi Dench.

  • Mejor Actriz de Reparto: Rindo Kikuchi / Cate Blanchett

  • Mejor Película Animada: Happy Feet.

  • Mejor Dirección de Arte: Pan’s Labyrinth / Dreamgirls

  • Mejor Cinematografía: Children of Men / Pan’s Labyrinth

  • Mejor Director: Martin Scorsese / Alejandro González Iñárritu

  • Mejor Edición: Children of Men / Babel

  • Mejor Película Extranjera: Pan’s Labyrinth / The lives of others

  • Mejor Maquillaje: Pan’s Labyrinth / Apocalypto

  • Mejor Cortometraje: Binta y la gran idea / The saviour

  • Mejor Guión Adaptado: The Departed / Children of Men

  • Mejor Guión Original: Babel / Pan’s Labyrinth

  • Mejor Película: Babel / The Departed

21.2.07

Respuesta Anti terrorista

Ante las múltiples amenazas de algunas terroristas, he decidido responder con:

— Las inverosímiles crónicas del mochilero. Esta vez en su capítulo número veinte.
— Resucitando los Fragmentos Caraqueños. Las fotos las pueden enviar a enlagunlugardecaracas@gmail.com
— Un corto español ganador de Espacio Libre 2006.
— Un texto.

Todo esto porque no tengo la fuerza bélica y el poco cerebro para invadir país alguno. No me quedó otra opción más que ponerme al día con los posts pendientes. Así que acá dejo este 4 en 1 con todos los hierros, vitaminas y minerales.

Por cierto, me he dado cuenta que el pasado 17 de febrero cumplimos un año con el blog, así que felicito a todos los ministros del gabinete que han contribuido con sus buenos oficios para que este espacio siga en pie. También quiero agradecer a mi compañía disquera y mi publicista; sin ustedes no habría sido posible todo esto. Extensivas las felicitaciones a mi mae y a mi pae y a todos los que me conocen. Tampoco quiero dejarlos por fuera a ustedes, manganzon@s todos, por darse una vuelta por acá durante todo este tiempo.

Celebraciones especiales no haremos, porque el blog está muy bebé y gastar plata en eso es un pecado, ya que no lo recordará cuando sea un blog adolescente, con espinillas y mal humor. En su defecto, despotricará de mi y su madre.

El Chamo del 114

P.S. 1: Mamirruqui, un besote en la boca. Tengo ganas de dártelo ya. —con voz de ex convicto re(de)generado.—
P.S. 2: Feliz cumpleaños también a minombre. Le echaré la culpa al rey momo por mi descuido, hermano.
P.S. 3: Para el viernes tendremos los esperados y picantes pronósticos de los Oscar. Por lo menos eso me prometió nuestro brujo de cabecera: Marcos, el iluminado del celuloide.

Fragmentos caraqueños


Titulo: Autorretrato
Técnica: Digital
Locación: De parrillero en la moto rodando por Caracas.
Fecha: Febrero 2007
Autor: Elchamodel114

Ubicación al escribir esta entrada:
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50' W

Crónicas de un mochilero (XX)

Llegando a la cima

Mientras yo subía por los escalones de la torre Eiffel en compañía de Gabriela, la mexicana, el señor Gilberto tomaba el bus que lo llevaría del trabajo a su casa a las afueras de Bogotá luego de catorce horas de jornada laboral. Algún niño por ahí estaría dando su primer paso al compás de los mios y muchísima gente encontraba aquel control remoto que daba por perdido. En eso me ponía a pensar mientras subía por los primeros escaños de la torre. Son muchas historias las que nacen y mueren cada segundo, con cada escalón que íbamos recorriendo. La mía, tal vez la más mundana de todas.

Algo raro pasó en ese momento. Algo que me hizo pensar en todo menos en mi. Una sensación de vacío que me resultaba incoherente. A pesar de encontrarme por primera vez ahí, en París, escalando el símbolo universal de la ciudad, sin tener la certeza de regresar algún día, no paraba de pensar en que ese preciso momento no tenía mucho de especial. Tal vez el vino me había pegado fuerte en la cabeza, pero súbitamente tomé a Gabriela de la mano y empecé a dar zancadas con todo ímpetu, pasos monumentales por aquella torre de acero. Gabriela no comprendió mucho, pero me siguió el ritmo hasta que paramos para tomar un poco de aire. Exhaustos, nos vimos a los ojos y yo grité a todo pulmón: “¡Jalisco no te rajes!” y seguimos subiendo aquello, ahora cantando y gritando y Gabriela, a todo pulmón, me preguntaba:

—¿Qué es la vida?
Yo respondía:
— ¡No lo sé!
— ¿A qué sabe la felicidad?, decía la mexicana.
— ¡Yo no sé!, replicaba yo mientras imprimía más velocidad al subir.
— ¿Es esto París?
— ¡No lo sé!

Y el aire se nos hizo insuficiente y el sudor abundante, pero ya estábamos cerca de llegar y fuimos muy felices. Y cantábamos en español con acento francés y la gente nos veía sin saber el porque. Simplemente eramos un par de jóvenes dispuestos a gozar de una vista genial de París en todo lo alto de la Torre Eiffel.

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Compañía


Corto: Compañía
Director: Alex Hernández
Año: 2006
Duración: 4 minutos
País: España
Idioma: Español

Agua y nada más


Me levanté titubeante. Necesitaba un poco de agua. No recordaba mucho de la noche anterior. Sólo algunas imágenes sinsentido venían a mi. Sé que la farra comenzó ocasionalmente en casa de un buen amigo, pero no recuerdo dónde terminó. La resaca es un indicio que no me deja dudas. Anoche la armé en grande. Recuerdo haber estado en Júpiter, el bar. Recuerdo que ahí me topé con Afrodita, la diosa. Hablamos, no sé de qué, reímos y nos besamos una y otra vez. Recuerdo que la diosa, Afrodita, no estaba sola. Venía con unas amigas. Yamileth era una de ellas. Yamileth anda con una diosa y no lo sabe. Cosas de bachiller promedio. En fin, la diosa se fue o la perdí cerca del baño, no recuerdo muy bien. Confieso que cuando llegué a Júpiter, el bar, estaba como fuera de mi. Un poco tocado por los excesos, pero de pie y eso está muy bien. Siempre que pueda sostenerme por mis propios medios seré un tipo normal —ver la campana de Gauss—. La verdad es que ahora que recuerdo bien, hice un poco de trampa en Júpiter. La fuerza de gravedad quería jugar una mala broma y me sostuve, como pude, de la pared. Bueno, entonces estaba en Júpiter cuando decidimos ir a otro lado. Salí sin rumbo y sin la diosa de ahí. Hoy extraño a Júpiter por su diosa, pero anoche no. Lo cierto es que mezclar no está nada bien. Un poco de esto y más de aquello. Una copa más, en vaso de plástico que me voy. Recuerdo que cuando entre al antro de moda habían conocidos o por lo menos eso pensé. Nos saludamos, me brindaron un poco más y hablé del Papa y la Reina que debe claudicar. Nadie me comprendía y yo tampoco a ellos. A lo lejos vi a esta chica sentada sola en la mesa de la esquina, me acerqué. Invoqué a Rimbaud y se lo hice saber. Ella me retó y lo hice otra vez. “Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde corrían todos los vinos, donde se abrían todos los corazones. Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga. Y la injurié.” Gané la apuesta y me besó. Pensé que no era justo para mi. Yo le regalé a Rimbaud y ella me dio un beso terrible. Reclamé con furia y me besó para callarme. Esta vez el beso me había encantado. La apreté fuerte y seguí besándola y el tiempo se detuvo, pero la música no. Y yo que dejé a la diosa en Júpiter y estaba ahora con la chica de la mesa de la esquina sentada en mis piernas hablando de los ingleses que no me importaban para nada en ese momento. Sólo quería irme de ahí, con ella, lejos de todo, lejos de ese antro de moda con gente que parecía conocerme y me vigilaban desde allá, cuchicheando. Largarme lejos de aquella música de ritmos arabescos que no van conmigo, no esa noche, y rogué por el milagro que nunca sucedió. Yo, rogando por un milagro cuando creo que son un invento ocioso. Esa era la estampa de aquel buen hombre que había salido fortuitamente de casa y que ahora, acostado en su cama, solitaria y sin aroma, no recordaba más que imágenes sin sentido, luego de despertar titubeando. Y así estaba esta mañana, suplicando por un poco de agua nada más.

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12.2.07

¡Sacude, doble fea!


Nada fue la distancia, con mi loca esperanza de volverte a ver, otra vez, mujer. Creí que eras distinta, creí que eras sincera.

Ya nos dieron la señal que el hombre por fin llegó. Pronto llegará el momento que tú puedas vacilar y descargar… Ya yo sé que te gustó, quieres bailarlo otra vez, ponte bien los zapatos que los tienes al revés

—¿Qué le pasa a usted, viejito? Que se mueran de envidia toditos. Ya la vida le ha enseñado demasiado, cometer el mismo error no le interesa. Por eso, todos los días yo canto por no llorar.
— Yo te conozco, bacalao, no vengas con pugilatos.
— ¡Oye, ten cuidado!
— Echa, camina, apártate de mi vera, apártate de mi lado.
— Oiga, señor, si usted quiere su vida, evitar es mejor o la tiene perdida.

Si viéramos bien al mundo y a nuestros pueblos hermanos, no existiera lo rotundo. Ahora me encuentro aquí en mi soledad, pensando qué de mi vida será. “Todo tiene su final, nada dura para siempre.” ¡Alalalé! Si el destino me vuelve a traicionar, te juro que no puedo fracasar. No me preguntaron dónde, orgulloso estoy de ustedes: Hoy han venido a escuchar lo mejor del repertorio — Muerto e´ la risa—.

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7.2.07

Choque


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Corto: Choque
Director: Nacho Vigalondo
Año: 2005
Duración: 10 minutos
País: España
Idioma: Español

6.2.07

Crónicas de un mochilero (XIX)


Nos debemos un festín

El desayuno fue muy interesante. No tanto por el croissant con mermelada, que estaba incluido en el hospedaje. Sino, porque enfrente tenía a Gabriela. A su lado estaba Emilio, ciudadano del mundo, caminante incansable y soñador como todos los comensales en esa mesa, en ese hostal, en esa ciudad que así lo permitía. Emilio hablaba muy fluido, como entrenado para eso. Y hablamos de la guerra y lo terrible y lo hermoso que se descubría ante nuestros ojos y lo mundano y el pan y circo y de lo deplorable de la guerra y la utopía de la paz y de nosotros y de aquellos. Otra vez se nos fueron las horas interminables disfrutando de la plática. Y Gabriela dijo: “Emilio, nosotros nos vamos. Tenemos una cita pendiente. Nos vemos acá a las 21:00”. Y nos fuimos.

Caminamos por kilómetros, por veredas y callejones, calles empedradas y de asfalto. Pasamos por fruterías y tomamos alguna manzana sin testigos y estuvimos de palmo a palmo en la Avenue Simón Bolívar, liberateur des colonies hispano—americaines, y más allá. Seguimos caminando a orillas del Sena y había gente tomando sol y otros nos pasaban en bicicleta y en los puentes vimos a alguna pareja besándose y otros hacían lo mismo, pero a escondidas, y así. Paramos, nos sentamos, platicamos de los dioses griegos y la cultura pop, bebimos agua y seguimos nuestro rumbo.

Cuando estábamos cerca de la torre entramos a un minimercado a comprar unas baguettes, unos gramos de queso y embutidos. Sería nuestra comida, la que nos debíamos. De beber, vino de la casa. Dos litros. Y como brincando, contentos por estar a punto de completar el deber, fuimos acelerando la marcha hasta llegar a los pies de la torre de acero, del símbolo de la era industrial clavada en los espacios que alguna vez albergaron la feria mundial que la daría a conocer.

Nos sentamos en la grama de los Campos de Marte. Yo preparé los panes, Gabriela descorchó el vino. Primero brindamos por la vida y el destino y París. Dimos inicio al festín que terminaría con nosotros acostados boca arriba. Contemplando un cielo azul, sintiendo una grama muy verde en nuestras espaldas, sabiendo que la torre parpadeaba a ratos y estando seguros de nuestra compañía. Nos quedamos mudos por primer vez. Ahí estuvimos un rato, recobrando energía para poder subir los 1665 escalones de la Torre Eiffel.

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Crónicas de un mochilero (XVIII)


Bonjour, mon amour

A Cindy
Sofía me levantó muy temprano. Ya le tocaba regresar a Portugal. La despedida se prolongó bastante, tanto que me costaría asegurar que pudo tomar el avión a tiempo. El último beso fue en el metro; ella debía seguir hasta el aeropuerto y yo rumbo al noreste de París, donde estaba mi hostal.

En el trayecto hasta mi destino sólo imaginaba la cama del albergue juvenil. En mi ensoñación se veía mucho más cómoda y acogedora de lo que era. Estaba agotado y sentía que debía dormir un par de horas. Pasé el umbral de entrada del hostal, casi como zombie. Llegué hasta el cafetín a tomar algo de agua. En la mesa del fondo, hacia la derecha del salón, estaba sentada Gabriela, la mexicana. Hicimos contacto visual. Click. Recordé que había quedado con ella el día anterior. También recordé que la planté. Que no llegué a la cita para cenar en la Torre Eiffel. Me hizo una seña y me dirigí hasta su mesa caminando en medio de un laberinto de sillas mal colocadas, dispuestas así, como si alguien se hubiera dedicado por horas a hacer ese trayecto de pocos pasos en algo interminable.

Sabía que estaría molesta. Sabía que el embarque no había sido un buen detalle. Cuando llegué hasta allá estaba preparado para todo, menos para ella, para Gabriela. “Bonjour, mon amour”, me dijo en un tono que no olvido por su delicadeza. “Hola, Gaby. Buenos días”. Gabriela estaba dispuesta a oír mis excusas y yo a dárselas. Ella lo entendería sin molestarse. Gabriela no es una más del montón. Nos pondríamos al día. Le conté todo lo que había pasado y cómo había pasado, mientras tomábamos un amargo chocolate de hostal. Y yo evocaba con emoción mi pequeña aventura parisina, y ella me escuchaba con atención, le di los detalles, y llegó él y le dio un beso muy francés sin que ella lo esperara; ni hablar de mi sorpresa. “Él es Emilio”, me dijo entre risas placenteras, muy de Gabriela. Gabriela no es una más del montón. Gabriela tampoco es tonta. Algo me decía que el embarcado, en primer lugar, había sido yo.

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5.2.07

Cinco cosas que no saben de El Chamo del 114

Todo muy chévere, pero creo que te faltaron otras cinco cosas que nadie sabe de ti, chamín. A ver, por dónde puedo comenzar:
1: Eres un nudista en potencia. Más de una vez se te ha visto recorrer desnudo las calles de la ciudad. Cree que nadie lo agradece.
2: Escuchas los Beatles, pero también pones a todo volumen canciones de Frankie Ruiz. A tus vecinos no nos gusta para nada la música de “el tártaro, el loquito” ¡Basta!
3: Tienes la mala costumbre de botar las colillas de cigarro por tu balcón. Sabemos que eres tú. Algún día te agarraremos in fraganti.
4: No te sabes estacionar de retroceso. Aprende, porque no se aguanta que uses dos puestos para ti solo.
5: Nunca cumples tu palabra ¿Las crónicas de un mochilero dónde están?

El vecino del piso 10

Meme: 5 cosas que no sabes de mi


Por ahí he leído sobre los memes. Hay unos bastante interesantes (original y su meme). Son como una plaga que se extiende por toda la blogósfera. Nadie me invitó, pero lo de arrocero es por convicción. Así que acá las 5 cosas que no saben de mi:

1.— Los Beatles se convirtieron en esencia imprescindible a la hora de escribir. La costumbre se convirtió en manía. No me puedo sentar a escribir si no escucho a Los Beatles.
2.— Soy un tipo enfermo. Necesito información todo el tiempo. No importa si es útil o no. Necesito saber el por qué de las cosas. Me molesta no tener idea de algo. Tal vez no lo externalizo, pero me siento un idiota supremo cuando no sé de algo.
3.— Odio comer lento. Me desespera comer despacio. Me parece la situación más aburrida del mundo.
4.— Soy un chamo con mucha suerte. Siempre he pensado que es así. Cuando estoy metido en el mayor de los problemas, todo el tiempo salgo bien librado. Las cosas me salen bien sin planearlo. Creo que llevo puesto el manto sagrado que está en el templo de la fé en Sabana Grande ¡Ja!
5.— Lloro cuando me provoca. Muchas situaciones me conmueven hasta las lágrimas. Cosas sencillas que me hacen sentir bien.

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1.2.07

Érase una vez


Esta es una historia de las que se escriben mientras duermes. De esas que no tienen un final cierto, aunque así parezca. Cuando los protagonistas aun no están definidos, porque son el mejor de los secretos que nadie nunca guardó. Es un historia imaginaria que no está basada en la verdad. Que no tiene clímax, aun. Que espera por poder llegar. Comienza en una ciudad de luces que, sólo a veces, representa oscuridad. De esas historias que son cursis ¡Qué se le va a hacer! No es mi culpa, ni de quien escribe, porque él es sólo un espectador más. De esos que ven y dicen. De los que no aguantan callar. Esta es un historia sin capítulos, porque apenas comienza. De las que dan miedo, porque no se sabe como terminarán. De esas historias frágiles que cualquier cosa puede cambiar. De las que vibran si respiras y si no las lees no serán. Esta es la historia tuya, aunque no sepas que es así. Tal vez ni imagines de qué va todo esto, pues pistas no habrán. Sólo se construye con atrevimiento. De esas historias que escuchas en un barra de bar, si alguna vez estuviste ahí. De las que imaginan sueños que no pretenden serlo. De las que aburren si se está cuerdo. De las que necesito para escribir. De esas que te hacen sudar sin parar. De las que atrapan cuando no estás consiente. Esta es una de esas historias. Buena o mala, no lo sé. Es sólo una historia. No puedes pretender más de ella. Tan joven, que es la pobre. Tan tuya también. Es un cuento de madrugada que teme al amanecer, porque el sol todo lo descubre. De esas historias que se refieren a ti, pero aun no lo sabes. Pero lo sospechas, porque toda historia deja indicios. Y te preguntas si eres tú. Sí, eres tú. La protagonista de una historia que se atreve a comenzar. Es un pacto rebelde, de los que cada vez emocionan más. Una historia magnífica, pues. De las que no defraudan. De las que hay que vivir de una buena vez. De esas que esperan por la primera línea para ser. No hay nada que argumentar. Sólo escribirla. Hacerlo sin nada que reprochar. Una historia cruel si no se hace. Una en las que no hay mucho que pensar. Es la historia que nos pertenece y que tanto me hace desear. Está hecha de retazos, un collage incierto. Es esta la historia que se escribe mientras duermes.

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