16.5.07

Crónicas de un mochilero XXV

Una noche en Bruselas

El hostal en Bruselas quedaba en una calle bastante empinada. Eso nunca lo olvidaré, porque cuando llegué por primera vez estaba exhausto. Aquella calle parecía interminable. Mis pasos eran firmes. Estaba decidido a llegar de una buena vez. En la recepción me comentaron que sólo les quedaba disponible una habitación triple y que el bar estaba abierto hasta las 3 de la madrugada. Perfecto. No hay ningún problema, contesté. Entré a la habitación y dejé la mochila en una esquina, al lado de la cama que estaba al fondo. Me quité la ropa y fui a al baño a darme una ducha que duró mucho tiempo.

Mientras me duchaba, gocé de aquella agua tibia que pensé era milagrosa, porque casi de inmediato mi cansancio había desaparecido. Salí del baño y me sorprendí al ver a dos personas en la habitación. No escuché cuando entraron. Creo que ellos también estaban sorprendidos. Era una pareja que venía desde la India. Tendrían poco más de cuarenta años. Ella se veía más joven que él. No nos dio tiempo de saludarnos. Estábamos un poco incómodos. Tal vez porque yo estaba desnudo. Entré al baño otra vez y cerré la puerta. Desde adentro le pedí al señor que me hiciera llegar la mochila.

Una vez vestido, y bastante apenado, salí del baño y me presenté. Eran personas muy amables que estaban disfrutando de su recorrido por Europa. Los dos eran abogados y se habían conocido en la universidad en Londres. Veinte años atrás habían hecho un viaje similar y querían revivir aquella travesía. Me pareció una idea simpática. La señora me ofreció una manzana que tenía en una cesta llena de frutas. La acepté y devoré en el acto. Sólo tenía en el estómago algunas papas con mayonesa. Hablamos un rato más y se despidieron para ir a cenar. Me invitaron, pero no me pareció prudente acompañarlos, así que me quedé en el bar del hostal.

La cocina del bar ya estaba cerrada así que tuve que conformarme con una hamburguesa y, como no, una ración de papas fritas. A pesar de la gran variedad de cervezas que tenían para ofrecer, decidí tomarme un trago de ron que costó muy caro. Y así vino el otro trago y sin darme cuenta estaba hablando con un colombiano que pasaba su última noche en la ciudad. Hablamos de fútbol, de mujeres y de la ciudad. Me recomendó que me diera una vuelta por el Atomium y se puso a la orden. Me dijo que si pasaba por Madrid lo llamara. Ahí compartía piso con una venezolana y un argentino. Después de tanta plática me estaba quedando dormido, así que me despedí. Subí hasta la habitación y mis compañeros de cuarto no habían llegado. Los tragos me habían llegado a la cabeza y quedé dormido de inmediato.
La asquerosa resaca me levantó a mitad de mañana. Estaba solo en la habitación. Al lado de mi cama habían colocado la cesta llena de frutas con una nota que decía: “Hijo, come toda la fruta que quieras. Nos fuimos muy temprano y no quisimos levantarte”. Me pareció un buen gesto, pero la verdad no me sentía como para comer nada. Recordé la ducha milagrosa y me fui a dar un baño. Esta vez llevaría la toalla conmigo.

Ubicación al escribir esta entrada:
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50'W

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué buena forma de comenzar el día...Besos!

Anónimo dijo...

Chamo, que bueno que te rendiste!!
El mochilero rules!!! jejeje