10.9.08

El día en que inventamos mucho


Hoy me levanté preocupado por las deudas y para más leo que lo que parece ser el fin del mundo, ahora de verdad verdad, va a llegar. Un grupo de científicos suizos inventó cierto aparato que pretende reproducir el longevo big bang que nos trajo hasta acá, aunque el cura de mi parroquia no esté muy de acuerdo. Unos suizos hicieron un coso que los detractores, prudentes, dicen puede crear un caos sin precedentes y abrir un hoyo negro que chupará el mundo que conocemos sin remedio. "Un gran invento" que será probado hoy y si las cosas salen como dicen no nos podremos jactar de eso. Qué sentido tiene nada si no podemos llamar a la máquina con el apellido afrancesado de alguno de sus inventores y ponerla en libros de escuelas globalizadas. Sé que las revistas de tecnología que cada vez se leen menos, pero no por eso hay que boicotearlas así. Qué importa nada si el mundo se acaba de la forma más pendeja. Nada de meteoritos, ni jinete de apocalipsis alguno. Bush no apretará el botón, negro, son los suizos con su cara de pendejos. Neutrales mis bolas. Ellos trabajaron por décadas para adelantarse un día a Al Qaeda. Y yo, en mis últimas horas, sin poder tomarme ni el Kool-Aid de Jim Jones y su Templo del Pueblo. Con tantas cosas que me quedan por hacer, tanto. Sólo queda esperar, chamo, me digo con temor, si este mundo no se acaba, todavía habrán cuentas por pagar. Horror.


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9.9.08

Jurungando mi Itunes


Devendra Banhart

Si hay algo que describe al flaco de las greñas y barba criado en Caracas es el Freak Folk. Ese folclore bizarro se adhiere perfectamente a un tipo desfachatado que propone en momentos en que lo estéril parece desbordar. Algunos dicen que es poeta, trovador, caminante errante que pateando la calle ha tocado en cuanto cuchitrí le abría las puertas. Un wannabe comeflor dirán otros. No sé. El tipo dice estar influenciado por Billie Holiday y después de viejo por Simón Díaz, siendo el tío Simón el que lo conectó con la música latinomericana, más allá de los ritmos de Brasil. Devendra Banhart es la esperanza, dicen, de un mundo cada vez menos psicodélico y el llamado a tomar el testigo de Bob Dylan y más recientemente de Manu Chao. Preferible es no hacerse muchas ideas y escuchar lo que tiene en la recta este pana en sus ocho discos.

Ahora, la canción que es la prueba viviente que el amor todo lo puede. El Bollywood de cuatro décadas atrás parodiado por un gringo que no habla bien al español y dedica a "Carmensita" una canción que ahora protagoniza Natalie Portman, su novia por estos días. El amor todo lo puede. "Me como de tu amor y cago el infierno". Amén, coñio.




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6.7.08

Siete vidas de mosca común para el viernes

Primer acto
(en exterior. bar español en caracas. 20 extras que hacen las veces de clientes habituales)

tanto tiempo ha pasado. una eternidad. es mucho tiempo desde la última vez que fue viernes. llegar tarde al sitio habitual. maldita clase inútil. la gente ya está ahí. ponerse a tono y ordenar la primera con timidez de novato. el qué dirán. dame otra. hablar de esto y aquello. otra más. hay que subir de nivel. ya va, vamos con calma. dame una fría mientras. sabes qué, mejor uno puro con limón, porque no me siento bien de la garganta. en vaso corto y sin hielo, por favor. hablar cualquier vaina. la gordita de allá es para ti, bromeo. en el fondo sé que en un rato no me importaría mucho tomarla como propia, pero me lo reservo para no adelantar el momento; es pavoso. la gordita también lo es. escuchar con atención al interlocutor. probar el ron seco. amargo. démosle otra oportunidad. sigue amargo. es ron. es verdad, asiento. qué se escucha al fondo. esa canción la conozco. tarareo dudando. otro trago y a cantar mejor. me paro y al baño. un letrero dice algo sobre orinar agachado. primero muerto y apunto bien. me siento y pido otro más. la garganta no mejora; cosa rara. esta sí me la sé y canto. vamos a otro lado. okey, pero falta uno más. el del estribo. está bien. con calma. la cuenta. coñazo. beber duele. dame el de la casa, luisito. y ahí está. la felicidad es plena. nada como uno brindado. vámonos. cuidado que el piso está mojado. sí, sí, luisito. este carajo es un ídolo; nos sirve los tragos más fuertes de la ciudad y pide que seamos precavidos. ten cuidado tú al servir. vamos.

Segundo acto
(de día. interior. cuarto desordenado)

No quiero beber nunca más. ¡Qué mal me siento, no joda! No puedo seguir así. Ya son las dos de la tarde. ¡Qué bolas tengo yo!

Tercer acto
(de noche. exterior. calle con lluvia/interior de pub moderno. 7 extras que hacen las veces de borrachos habituales)

piso mojado. llegamos. hola, cómo estás. bueno, el mio que sea cuba libre. coño, mis panas, ustedes son bien depinga. eso que suena es deep purple. no, es la nueva de tito el bambino. mierda. qué bolas tiene chávez. sí, tenía que retirarse antes de la pelea contra de la hoya. quécoñaza. no le pares, ni que fueran familia tuya. coño, sí lo son, creo. vente y siéntate. huele a guayaba. voy pal baño y me sostengo de la pared. más bien la detengo para que no se caiga. ja. quién es esta flaca. hola, mi amor. balbuceo, balbuceo. ella debe estar peor que yo porque se ríe. zap. negro.

Cuarto acto
(anocheciendo. interior del salón de clases.  secundario -profesor joven con tono reflexivo-. cuatro extras que hacen las veces de alumnos desesperados por salir corriendo de ahí.)

-Son siete los días que han pasado ya desde nuestra última clase, bachilleres. Una eternidad. Siete vidas de mosca común.

fin.



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Jurungando mi Itunes


Julieta Venegas


Siempre pensé que Julieta Venegas necesitaba un novio; ahora que escucho su unplugged creo que el que anda muy solo soy yo. Es fresa, pero de pinga. No me da pena. Me gusta Julieta, su unplugged, como suena la tuba y volver a escribir en este espacio, en éste, el post 200. El sonido me parece como circense y me gusta. La mexicana ganó. En esta canción hace dúo con la talentosa Mala Rodríguez. La andaluza es un coñazo; desde su Lujo Ibérico con Tengo un trato me pareció una tipa distinta. Me lo ha dicho el viento.





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8.6.08

Tan bella mi Yeneida


Creo que haberme casado con Yeneida fue un error. Tal vez no fue una buena idea. Ella es muy linda y me quiere, pero hay cosas que me ponen a dudar. Por ejemplo, este fin de semana se fue para la playa con su ex novio. No sé, no me parece muy normal eso. Ella insiste en decir que soy muy chapado a la antigua. Tal vez tenga razón. De verdad me considero más bien conservador. Yo quería acompañarla, pero ella insistió en lo delicada de mi dermis y lo feroz del cáncer de piel. Yeneida se preocupa por mi. Tan bella. Bueno, no sé, tampoco me hace confiar mucho que el chamo del agua se la pase en casa metido cuando me voy al trabajo. No sé, es como raro. ¿Qué tanto puede hacer ahí dentro? ¿Para qué necesitamos tanta agua en casa? ¿Por qué ese buen hombre nunca nos ha cobrado ni un garrafón? La verdad, hay cosas que no entiendo. Lo que sí me incomoda un poco es el bendito camión del agua que se la pasa abajo ocupando tres puestos de estacionamiento. Ya me da pena con los vecinos. ¡Qué dirán de mi! Me siento un poco mal por estar dudando, pero es que hay unos detallitos que me dan cierto pálpito. Algo con Yeneida no anda bien. Ella tiene muchos primos y todos necesitan dinero. Yo les doy lo que puedo. Hay que arroparse hasta donde alcance la cobija. Lo curioso de sus primos es que son todos muy distintos. Tiene uno de rasgos asiáticos y hay otros muy rubios. Hay unos muy altos y fuertes. Otros parecen abuelos. Cuando les pregunto parece que no se conocen entre ellos. Hay familias disfuncionales, extrañas.
A Yeneida la conocí vestida de conejita en la despedida de soltero de mi compadre. Ella restregaba la colita esponjosita y blanquita de su disfraz contra la humanidad de los presentes y me pareció un bonito detalle. Nalgaditas le daban y ella, tan bonita, no se molestaba. Es un ángel. Así la vi la segunda vez, vestida de querubín haciendo piruetas en un poste cromado de un club no campestre. Yo no quería ir a ese sitio, menos mal que me insistieron. La volví a ver. Ella me reconoció en el acto, porque sin pensarlo se bajó de la tarima y se sentó en mis piernas diciéndome "papito" como aquella vez en la fiesta del compadre. Yeneida, tan bonita, me hacía cariñitos sin importar que los demás vieran. Eso es amor y del bueno. Lo supe porque cuando nos fuimos enseriando la convencí para que me acompañara a los viajes de negocio en Europa y el Caribe. Ella, tan Yeneida, aguantaba la incomodidad del hotel durante mis horas de trabajo. Pobrecita. Soy un desalmado. Tanto que se sacrifica mi nené y yo dudando. Seguro Dios me castiga y me abandona por andar con mis celos ridículos. Soy de lo peor. Un orangután mal pensado. A veces no lo puedo evitar. Los celos me invaden sin razón. Si la vieran. Es que es tan linda, tan bella mi Yeneida.

16.5.08

Crónicas de un mochilero XXIX


El tipo de la trompeta, si es que se puede afirmar tal cosa

La armonía no era lo suyo. Creo que la trompeta tampoco le pertenecía. Quién es este caballero que desafina por allá, un domingo, en el patio de un hostal cerrado. Alguna vez fue pelirrojo. Una hebras insípidas lo delatan; ha quedado calvo. Usa unos lentes a lo Scorsese, que, a decir verdad, le dan un toque amistoso, como a Scorsese. Tendrá más de cuarenta años y todo el aspecto de un belga promedio, si es que se puede afirmar tal cosa. Comencé a elucubrar. Tengo como hobby hacer eso con los desconocidos. En unos segundos deduje que era uno de esos serial killers de una película danesa. Me pareció un cliché rebuscado. Tampoco tuve mucho tiempo para pensar en algo más. Lo intenté otra vez. Mientras me acercaba para hablarle tuve la idea de que más bien era un profesor, frustrado tal vez, que venía a este rincón, con un poco de rubor, a exhalar en soledad unas notas que, evidentemente, necesitaban más de algo de talento que de unas horas de práctica. Tal vez fue el paltó desgastado que vestía en pleno verano, las gafas, el maletín negro que reposaba a un lado del estuche de la trompeta que no dejaba de sonar, rompiendo con la armonía de aquella redoma repleta de flores, lo que me hacía dudar que este tipo pudiera entrar dentro de la curva de lo normal, si es que se puede afirmar tal cosa. Cuando estuve a unos dos metros de aquel individuo, que con la cercanía me producía un poco de lástima -porque su soledad se me hacía indescifrable-, la trompeta dejó de sonar. Hola, trabajo acá. También espero a que sean las catorce.

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Disculpas a la muchachada

Lo de los textos anteriores no se debe a ninguna elucubración magnífica alrededor de quien escribe. Un experimento más. Explotó en la cara. Inventamos o erramos, dicen por ahí. Pasará otra vez. Eso seguro.

11.5.08

mala mía

drunking winehouse revival

la la la, la la la

no . no . no .

chasquido, chasquido, chasquido

silencio

chiste

risas. (mías que entendí)

silencio

no, no, no

chasquido, chasquido, chasquido

no, no ,no 

palmas (plac) palmas (plac) palmas (plac)

éste carajo es un intenso. está borracho

nou, nou, no.

i do i do i do

roger moore, i told ya!


Ni mis perfumes ni mis noches

Y pensar que comenzó como cualquiera, como la noche de rubeola. Es que la colección de epitafios fue eterna y la cosa es la querencia. Yo por cualquiera, como he dicho y ella. Hermosa, mi compañera. Otras veces olvidando y yo regresando. Es que las cosas pasan y el escritor está para contar sin ver. Y fue rápido, el principio, porque después llegó el suplicio y el dolor y las llagas de antaño y tú, flaca, que no comprendiste las súplicas detrás del mozo de buenas maneras que no. Y no. Y entonces la vida se va como un suplicio de venganza y sólo se entiende entre carnes y pieles. Rojo vivo. Rojo. Dolor en óleo que no se comprende y si no se aprecia y germinan las alabanzas por usted, maestro. Más allá quedan palabras para el bien y el mal. Expliquemos que el infierno es un verbo. Bienvenido, como el de las buenas ofrendas. Y las noches pasan sin mi, porque son suyas. Madame. Soy yo. Paso adelante y ahora nos toca comprender ¡Bla!

Me encontré solo y apasionado

28.4.08

ocho cosas

La Perfecta me trajo hasta acá. Otro meme. La tarea: enumerar ocho cosas que quieres hacer antes de morir. 

1.- Tener hijos. De varios tamaños y  colores. Pueden ser cinco, aunque es negociable. Procuraré no radicarme en China hasta que estén mayores.
2.- Escribir un buen libro.
3.- Hacer una película de bajo presupuesto que no me dé pena.
4.- Vivir frente a la playa.
5.- Trabajar como voluntario en alguna misión en un sitio inhóspito.
6.- Ir a la final de un Campeonato Mundial de fútbol y a la inauguración de unos Juegos Olímpicos.
7.- Viajar a más sitios de los que pueda recordar.
8.- Tocar la nieve.

En teoría, ahora deberían hacer lo propio ocho blogueros. No llego a tantos. Entonces: Elqueescribe, hijo, Bono, Lamássimpática, +Ari y Flequillo tienen tarea.

24.4.08

Raúl Amundaray


Pasó el momento. Yeneida no te recuerda. Ni nadie. El tiempo te sepultó. Ya no es lo mismo. Nótalo. Date cuenta. Es así. Warhol te maldijo, como lo hizo con la Taylor. Pero ella es la Taylor y tú no. Ahora debes explicarte un poco mejor para que te comprendan. No hay sobreentendidos. Las cosas como son. Sin jugueteos. No tienes tiempo para eso. Ni encanto. Ni nada. Pensaste que podías recuperarlo, pero sólo rehiciste una mala versión de ti. El peo es que pensaste. Y sigues pensando. Soñando de pie. Asume. Reinventa. No insistas con lo mismo que aburres. Da sueño. Pero no respondas, porque se enteran. Albertico Limonta no existió, chamo. Sólo eras tú. Una vez más. 

22.4.08

Textos incompletos

Como algunas cosas no se pueden hacer sin algo de ayuda, decidí llamar al ruso. Para hablarles del ruso, es necesario que antes les cuente cómo lo conocí.

El punto de encuentro era la estación del metro de Sabana Grande. A mediados de los años noventa era el sitio perfecto para adolescentes ociosos en temporadas vacacionales. Yo siempre estaba ahí. Por adolescente y, más aun, por ocioso. La vida de un joven en una ciudad como Caracas está íntimamente ligada a sus amistades y a la calle, que vienen a convertirse en lo mismo. Los amigos y la calle se transforman en definición única que deriva, siempre, en problemas.

Ese encuentro con el reto permanente que representa la inmensidad de una ciudad perpetrada por nosotros hacía que aquellas horas irrigaran sangre con violencia dentro de nuestros cuerpos, cuando corríamos con suerte. Culpa de la televisión o de la falta de identidad, dirían algunos. La verdad nadie tiene la culpa, simplemente las cosas callejón abajo son así.

Vivir de esta manera, retando lo que viniera, poniendo el pecho al sistema que nos tragaba, y nos devoró a la larga, hacía que pasar las noches encerrado dentro de un apartamento valiera la pena. No importaba lo chica de tu habitación, si la compartías con alguien o no. Ese lugar era sólo un sitio cómodo en donde dormir. Luego vendría la calle y ese cuarto con tv era el castigo por lo que estabas por hacer al día siguiente; también tu refugio, porque de seguro en algún momento lo ibas a necesitar.

La ciudad que conocimos entonces -y que nos dio a conocer- era una urbe irreverente. No podría calificarla de ciudad tipo, porque rompía con todos los esquemas citadinos convencionales. Tal vez no era la más populosa, ni la más peligrosa. Tampoco la menos transitada o la de menor extensión. Era indescifrable para nosotros mismos y los teóricos no han logrado atinar. A Caracas nunca le fue bien en materia de estadísticas, nunca resaltó. Lo suyo no era cuantificable. Había que palparla como lo hicimos nosotros entonces. Desde sus entrañas, sin saberlo.

Descubrimos que en este valle se esconde maldad disfrazada tras la fama de ciudad afable. Caracas por dentro está llena de injusticias, de desequilibrios que en su momento logramos asimilar, pero no para bien, sino para seguir fermentando la descomposición de una ciudad de post guerra en un país que ha vivido por décadas en "paz". Caracas no es el Ávila, ni la cuna de nadie. Es el epicentro del mundo, nuestro, que no se cansaba de dar bofetadas para que asimilaras la realidad más allá del estómago a medio llenar.

Fue acá donde nos criamos, nos hicimos prepotentes y renegamos de todo. En esta ciudad aprendimos que las bombas caían y no explotaban, así que perdimos el miedo. No nos asustan los índices delictivos, no tenemos miedo a los muertos. Nos acostumbramos a ello y ahora son sólo cifras que venden una fama bien habida, pero llena de hechos parciales. La ciudad que no está en las páginas de sucesos está repleta de pasión, pero los editores no comprenden de eso. Pobres. Encerrados en frías oficinas, vistiendo trajes helados, hablando de esto y de lo otro, diciendo que saben, cuando no tienen idea. Acá se ama, y mucho, pero a nuestra manera que, por parecer irracional, pasa por punto ciego. “Vivo en Caracas” es una frase compleja, señores.

Las llagas dejaron cicatrices y sólo así comprendimos que todos es cuestión de azar y nuestra suerte es infinita. Acá, más allá de las fallas de suelo, no tiembla. Si pasa, no nos preocupamos hasta ese día. Problema, resolvemos. A medias, o a fondo, eso queda en cada uno. Es la dinámica social que impone la jungla y que todos hemos aceptado. Firmamos y no leímos las letras pequeñas. Nunca nos interesó leer.

Entonces, en los años que descubrimos todo, nos movíamos entrañas adentro. El metro es seguro, reconfortante. La gente, la masa, se comporta distinto allá abajo. Pareciera que el infierno está arriba y dentro de la tierra reina la cordura y la decencia. Es una de esas contradicciones caraqueñas que no se pueden entender. Parte de la doble moral que te obliga a estudiar con las monjas sabiendo que te graduarás un poco más pervertida, niña. No es algo que esté bien o mal. Simplemente existe, acá, en el trópico. Siempre me encantó pensar que todo era culpa del trópico. Entiendo que es nuestro encanto genético. Una savia espesa que transpiras.

Esa mañana subí por las escaleras mecánicas. Lentamente, a su ritmo, iba ascendiendo hacia la luz que me encandilaba. Ese resplandor del que otros escapaban. La adrenalina se apoderaba de mi. Esa sensación nunca la olvidaré. Siempre tengo latente ese vacío en el estómago, el vértigo que me producía salir a ras de suelo, esa incomodidad en el esternón que con el tiempo no sentí más, pero tengo muy fresca en la memoria.

Aquella vez había llovido, como de costumbre esos meses. El agua se acumulaba en los desniveles del asfalto. Habían charcos colocados aquí y allá. Estaban por todos lados. Siempre los pisaba fuerte para salpicar. Irritaba a los que notaban mi estupidez. Aprendí a no tomarlos en cuenta. Las tiendas varias a cada lado del boulevard estaban abiertas y había mucha gente caminando en sentido a Plaza Venezuela. Cuando veía la tromba venir hacia mi, los embestía. Idiota me decían. Así me sentía, pero las terribles ganas de arrollar a los anónimos se apoderaba de mi diminuta humanidad. Necesitaba hacerles daño, molestarles y que notarán que estaba ahí. ¡La tuya! Y a reir, idiotas.

Usaba franela de Metallica, o de Nirvana, o de Gun´s, o la que fuera. Era el ritual más estúpido entonces. No. Hice cosas peores. Mi madre habría pagado fortunas que desposeía para que mi idiotez más grande fuera tener a Cobain en el pecho. Mis franelas siempre estaban tan desgastadas como mis jeans, mis únicos pantalones, los que recuerdo y siempre usaba. Roídos, no por la moda del momento, sino por el uso excesivo. Mi descuido al vestir era reflejo de mi filosofía de vida. Igual que aquel tatuaje rudimentario que nos hicimos con tinta china, una aguja caliente y poca destreza. O las laceraciones en los brazos producto de los cigarros que apagábamos en la piel y consumían de a poco la dermis, la epidermis y dejaban ampollas agradables en los brazos. No importaba el mañana, porque la desesperanza era total. Con 16 años de edad se es inmortal y se vive como tal.

No era de los que tocaba guitarra, pero nunca fue problema para mi hablar de música, jugar y ganar en las maquinitas de Chacaíto y fumar aquellos Fortuna, cigarrillos económicos que comprábamos junto a los obreros de turno. Todas estas banalidades eran tan sólo nuestra forma de mantenernos a raya de la verdadera pasión en aquellos años convulsos de ciudad. Antes, hablemos del ruso.

Papelera a rebosar

Escribir. Borrar. Comenzar de nuevo. Borrar otra vez. Publicar con temor. Volver a escribir. Que todo se vaya al carajo ¿De qué vas? No lo sé. Inténtalo. En eso estoy. Se me hace difícil. Escribir.

No me gusta nada de lo que escribo. No me siento orgulloso de eso, ni de esto. Quiero experimentar, pero se me hace jodido. Tal vez es una etapa que debo superar para llegar a algún lado, pero no soporto engendrar a un mal querido. Hay que practicar y no temo, pero me estoy cansando. Tengo mil historias en la cabeza, mil cosas que quiero contarte, pero no hallo la manera de llegar. Es complicado complacerme en estos momentos y tú debes padecerlo. Poco importa la mujer que caminaba de espaldas vendiendo suerte a extraños si no puedo lograr que la sientas. De nada vale el olor bondadoso de su cuello erizado por mis roces si no logro que lo vivas. No te puedo hacer reír, porque adeudo una sonrisa. Nada bueno sale en estos días, pero quiero revertirlo y no sé cómo empezar. Cosas del aprendiz que no aprende. Qué se le va a hacer.


Anamorphic love sense

There’s no shape. Not at all. Some times it could be hard to describe. Most of the time there’s no reason to. It just happens. Now, you have to deal with it, like a big thing, a huge monster that lives inside of you triying to get out. You don’t have any chance. That’s the best thing.
Talking about it doesn’t make you feel better, no. So, don’t talk. No one word. Just keep the silence, feel, touch the time with your hands and reach the holly.


Pendejo, regálame tu tiempo

La realidad es una vaina seria. No es que quiera comenzar con una charla barata de filosofía barata. Es que la realidad es una vaina bien seria. Comenzando por el hecho de que cada quien construye eso que defiende como realidad, sin saber que es apenas su realidad. Por lo tanto, vivimos inmersos en una fantasía, nuestra fantasía, que crea algo que llamamos realidad, que en realidad, es sólo mi realidad, tuya o de él.

A ver. Sólo tú has vivido las experiencias tuyas, que son las que se acumulan a lo largo de tu historial muy tuyo. Estas experiencias, tuyas, son las que construyen ese background que te ayuda, o no, a construir tu realidad. Ahora, es imposible que el jugo de melón que pediste en aquel almuerzo te sepa igual que el jugo de melón que pedí yo ese mismo día, aunque puedes jurar que así es, porque te niegas a aceptar que tu realidad no es la realidad de otros.

Imponer tu realidad a otros es pretender borrar a aquellos de un coñazo cósmico. Primero, es imposible y, por otra parte, es muy pretensioso de tu parte ya que, para mi –obviamente- eres un pobre pendejo, aunque para ti seas el centro del universo, tu universo. Entendiendo las cosas de esta manera, este texto te puede parecer la peor basura que nadie jamás escribió. Es cierto, para ti. Pero en otra realidad, la mía, es una excusa perfecta para no perder el hábito, jugar con tu tiempo y ejercitar unas manos que parecían entumecidas ya.

Ah, y también sirve para decirte pendejo en tu cara, desde acá.

9.4.08

Yeneida, mon amour


Hablar de ti, Yeneida, es hablar de la playa limpiecita donde nos conocimos. De caracoles rotos y mucha arena marrón. Te recuerdo tumbadita de espaldas sobre esta toalla grandota estampada con motivos de cierto dibujo animado. Qué toalla más fea, Yeneida. Qué diferente es éste pedazo de trapo a ti. Tan distintas, y tú tan consciente de eso. Con qué elegancia yacías ahí, ebria hasta más no poder, con tu pecho desvergonzado ocultando las deformidades de la toalla insípida. Con el sol dando de lleno en ti y tu piel blanquita, indefensa, expuesta a los designios inclementes del catire. Te aliaste con las nubes, que de vez en cuando te liberaban del fuego. Tu torso, rojo, en carne viva, agradecía el favor. Hablo de ti, de mi soledad, de ese instante, del jueves santo, de Chirimena abarrotada, con sus casas de salitre, las calles recién asfaltadas, de los cuatro litros de guarapa de parchita que bebiste –tu favorita, imagino- y recuerdo a los niños. Todos los carajitos del mundo corrían a tu alrededor, jugando como es de suponer, hacían lo imposible por no tropezar contigo. La infancia y sus destrezas. Vaya que eran hábiles aquellos chiquillos. Tus enormes dimensiones, fabulosas, detenían cualquier andar. Alguno salpicó un poco de arena sobre tu cóccix tatuado. Confieso que en ese momento maldije aquel tatuaje que nunca logré comprender a la distancia. Una tonelada de arena no era suficiente para tapar esa mancha de tinta que adornaba tu espalda baja, tu hermosa espalda baja. Nunca te diste cuenta. Tentado por tu inconsciencia, pensé en llegar y sacudir un poco el sábulo sobre tu torso, pero comenzaste a balbucear. No entendí lo que decías, pero imaginé mil cosas hermosas, la vida en esas frases, la grandeza de un campo de olivos. Me aproximé a ti. Me acerqué para entenderte y vi burbujitas de saliva densa salir de la comisura de tus labios resecos, quebrados y pálidos; terrible placer. Luego un eructo. Otro. Y percibí el aroma de tu aliento, de tu bilis, de parchitas añejas de nuestra tierra. Una densa mezcolanza que penetró mi paladar y procuró que la boca de mi estómago se estremeciera con arcadas. Pasión. No podía ser otra cosa. Sentí tu alma dentro de mi, Yeneida. Intenté levantarte. Tenía que llevarte conmigo, pero la tragedia se hizo presente en la figura de tu marido. Fue él quien pronunció tu nombre. Aquel infame develó tu identidad para mi. Yeneida. Me agradeció el gesto. No hay nada que agradecer. Y te llevó. De a poco tu asimétrica figura se iba alejando de mi, apoyada de aquel villano, dando tumbos, tropezando a los niños que antes te esquivaron. Detenías el paso para recobrar el aliento, tu aliento, el que compartiste conmigo, para ir dejándome atrás, solo de nuevo, en compañía de ésta terrible toalla que guardo como tu único recuerdo palpable, Yeneida, mon amour.

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6.3.08

Un viaje a Buenos Aires

No sé; la verdad es que sí. Éstas palabras, definitivamente, vienen influenciadas directamente por Bolaño y sus Detectives Salvajes. A modo de plagio usaré la vetusta costumbre de llevar un diario, mi primer diario. Que emoción. En principio, esto viene a ser parte de una lucha interna en contra de mi jodida memoria. He comenzado a olvidar. Es así. Lo prudente: tomar nota de estos días en Buenos Aires.

20 de febrero

Me pregunto qué demonios me impulsó a tomar este viaje. No es que me arrepienta a priori (¿o sí?), simplemente no hay una verdadera razón. Impulsivamente compré el pasaje hace un par de meses. Hasta este punto, cuando espero por el avión, nunca me puse a reflexionar seriamente si había tomado una buena decisión.
El viaje lo haré con Daniel Mariani y Pablo Amair. Ambos, compañeros de clases en la Escuela de Comunicación Social. Daniel se acaba de graduar. Pablo defendió hace pocos días la tesis y su acto de grado es en julio. A mi todavía me falta un año. Entre otras cosas, me reprocho no estar montado en terminar la carrera. Hacer el anteproyecto de tesis en estos días habría sido una buena opción. Esa es otra historia, ahora me espera un vuelo directo de poco más de siete horas.
La verdad es que estos últimos días han sido frenéticos. Se suponía que partíamos el lunes 18 de febrero. Aerolíneas Argentinas nos cambió en tres oportunidades el itinerario. Creo tener todo listo. Como es costumbre en mi, hice las maletas a último minuto. Creo que no se me queda nada. Pablo me viene a buscar a la casa después de la medianoche. El vuelo parte a las seis de la mañana, pero ya no nos fiamos. Queremos estar con tiempo en el aeropuerto. Bajaremos hasta Maiquetía en un taxi que pasa por casa de Pablo, el punto de encuentro, a las dos de la madrugada.

21 de febrero

Al fin llegamos a Buenos Aires. El viaje fue eterno. Antes, cuando bajábamos en el taxi al aeropuerto desde Caracas, creo que apenas cruzamos alguna palabra entre nosotros. Todos íbamos muy callados. Sólo hablamos un par de veces, muy brevemente, de ítems aislados, sin relación evidente. Hubo algún incidente gracioso con la calefacción de mi asiento. Reímos por un instante y luego volvimos a callar. Estando en el terminal fuimos al área de chequeo. Habían apenas unas tres familias por delante de nosotros. Me preocupó. Pensé que la aerolínea había avisado a los demás que el vuelo estaba suspendido nuevamente. Cosas mías, porque pasada una hora comenzaron a llegar progresivamente el resto de los pasajeros. El vuelo estaba pautado para despegar a las seis de la mañana. A las ocho estábamos abordando. Antes, compramos algunas cosas en el duty free. No desaproveché la oportunidad para comprar un par de botellas de ron. Minutos antes de abordar el avión, Daniel me llevó hasta una pequeña librería que, extrañamente, estaba ubicada en la puerta de embarque. Ahí seguro encuentras el libro de Bolaño. Le había comentado que lo había bajado de internet y de cómo leerlo desde la computadora me había estado jodiendo la vista. Al entrar lo primero que vi fue una recopilación de poemas de Bukowski. En la contratapa se leía algo como: “… del gran escritor norteamericano, subestimado por su debilidad hacia el alcohol…” Qué pendejada, pensé. Preguntamos por Los Detectives Salvajes de Bolaño. Cuesta cinco bolívares. No lo pude creer y me eché a reír con Daniel ante esa ganga. No aceptaban tarjeta de crédito, así que sólo me alcanzó para Bolaños. Mi efectivo estaba recortado después de un instante en el duty free. A Bukowski lo dejaré para después. Mientras tanto, Pablo trataba de dormir un poco en la sala de espera de la última puerta de embarque del aeropuerto Simón Bolívar. La veintitantos. Todos estábamos hechos mierda y aun no abordábamos el avión. Una vez ahí, tuvimos suerte. No iba lleno. Cada uno pudo tomar dos asientos. La comida estuvo mal, el café terrible, la película parecía insípida, pero Daniel reía con ella. Según me contó era graciosa y entretenida. El monitor estaba muy lejos de mi asiento y mi astigmatismo me ayudó -¿?- a no verla. Durante el vuelo no dejé de pensar en desastres, que el avión caería y vi mi cuerpo aderezando el verde amazónico. Carne irreconocible. Cuando estoy aburrido me da por imaginar tragedias. Sentí miedo. Según el mapa íbamos sobre Bolivia. Me quedé dormido unos minutos; al despertar Pablo me contó que se había mareado. Algo le había sentado mal. Tal vez las arepas que comimos apresurados en el terminal. – A mi me fue de maravilla con ellas-. Aterrizamos en Ezeiza. Al fin en nuestro destino. Pablo nos pidió que esperáramos a que todo el mundo desembarcara la nave. Se veía pálido. Esperamos. Se le dificultaba bajar del avión. Esperamos un poco más. Una de las aeromozas nos brindó atención. Tenía unas tetas enormes, naturales, gloriosas. Durante el viaje la vi un par de veces. Esperaba que me devolviera la mirada. Nunca me notó. Luego de unos minutos bajamos del avión y fuimos a una sala esperando a que Pablo recobrara fuerzas. En inmigración había un poco de cola. Amair se sentó en el piso, intentando recobrar fuerzas. Unos turistas brasileros que estaban en la cola lo veían asombrados y se reían. Estos pendejos nunca vieron a nadie sentarse en el piso, pensé. Un remis –así le dicen acá a los taxis que tienen tarifas predefinidas- nos estaba esperando. En eso había quedado Daniel con Isabel, una amiga suya que vive en Buenos Aires desde hace tres años. El remisero no estaba en el punto acordado. Esperamos, llamamos, pagamos y bebimos un agua costosísima. Esperamos por mucho rato más, salíamos del lobby del terminal y no habían rastros de nuestro chofer designado. Amair decía sentirse un poco mejor. Yo me fui a dar una vuelta. Me topé con el taxista. Estaba en el Terminal A, nosotros en el B. Montamos su Citroen amarillo con negro y enfilamos directo al microcentro. El taxista, hincha de River, nos dijo que una golondrina no hace verano, en referencia a nuestros comentarios sobre la derrota que sufriera su equipo en manos del Caracas en la Libertadores del año anterior. Pasamos por los terrenos hermosos de Ezeiza y unos tres peajes, legado del negro Menem, nos iban acompañando a lo largo del rcorrido por la autopista. Fuimos al hostal “El Patio”, en la avenida Entre Ríos, justo entre México y Venezuela, las calles; muy cerca de Congreso. Típico hostal de estudiantes. Cargamos el pesado equipaje por unas infinitas escaleras hasta el primer piso. Pedimos una habitación con baño privado. Otra vez nos salió costosa la gracia. Era hora de comer algo.



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19.2.08

Dos años después

“Escribo para que me quieran más mis amigos”
Gabriel García Márquez

De aquel día recuerdo que era domingo. Recuerdo también que me senté como autómata frente al computador y empecé a escribir. Cualquier vaina. No tenía una idea clara de qué iba todo esto. La interfaz de blogger no era tan amigable como hoy. Duré toda la tarde tratando de dar forma a algo que sigue tan intangible como entonces, víctima de la resaca y de las ganas de contar alguna historia. El ron iluminó el camino para comprender de qué iba el código html. Gracias a él –al ron, reitero- por todos los favores recibidos y por venir.

Aprovecho la oportunidad para agradecer a los que han llegado a este lugar por cosas del azar. Un saludo especial a los que escriben “chicas prepago” en google y caen acá desesperanzados; sigan buscando. El amor está en el aire. Pero para quienes de verdad van estás palabras, y todas las que acá se cuelgan, es para mis amigos, los entrañables e imprescindibles. A los que han colaborado con este espacio, a los que leen los textos y los que comentan; también a los que nunca han pasado por acá o no pretenden regresar. Para todos ustedes. Gracias por dedicar algo de su tiempo, por reclamar y ayudarme a cultivar un hábito jodido de llevar. Para ser sincero el fin último de estar acá es poder compartir con ustedes un rato. Nunca tuve miedo de escribir, porque siempre me sentí entre amigos. Gracias.

Acá, en una de revival, aquel primer día:



Tributo a los Beatles


Anoche soñé algo terrible. Ya no quedaba ningún Beatle vivo. No recuerdo como habían muerto Paul y Ringo, pero sé que fue algo muy tonto. Nada de enfermedades trágicas, mucho menos exisitó algún fanático demente que disparara a quemarropa. Murieron y ya. Casi simultaneamente.
Cuando me levanté, inmediatamente imaginé el desastre en Liverpool. Millones de fanáticos llenarían en instantes todas las calles. La gente lloraría desconsolada. Se moriría junto a los Beatles una generación completa. Una forma de ver al mundo. Pensé que ya deberían estar en marcha los preparativos para increibles conciertos simultáneos en todos los continentes. Mick Jagger versionaría A hard day´s night desde Londres, mientras Bono se luciría con Strawberry Fields Forever en Ciudad del Cabo.
Luego de unos instantes, se me ocurrió prender la G4 para buscar noticias sobre el suceso en google. No quería perderme nada.
En ese momento pensé lo genial que sería estar en Liverpool. “Lástima que soy un pelabola”, pensé.

Cuando comencé a teclear en la barra de búsqueda algo como: “muerte ringo paul beatles”, caí en cuenta de que todo era un sueño. ¡Qué cara de pendejo puse! Mi nivel de conciencia llegó a un punto razonable y adecuado. Es que después de beber como lo hice la noche anterior, como mínimo me sentía aturdido. ¡Todavía nos quedan un par de beatles!
Abrí el Itunes y puse a sonar a todo volumen Lucy in the sky with diamonds. Fui a tomarme un Benadón. Me sentía feliz. Y así canté.



Recomendaciones de hoy:
El blog: Los cuatro - El sitio: Página oficial de los Beatles - La peli: A Hard Day's night, dirigida por Richard Lester - El trago: Beatles cocktail (es el #23) - La ñapa: Letras de las canciones de los Beatles
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¿Por qué diablos no?



Pasar horas enteras frente al computador no es ningún esfuerzo para mi. De hecho, el tiempo vuela mientras estoy frente a mi eMac. Puede que pertenezca a ese enorme grupo de geeks que no se sienten cómodos si no han revisado su correo, por lo menos, un par de veces al día. Ese mismo grupo que no encuentra nada interesante de qué hablar con el 60% de los contactos que tiene en el messenger, porque ya los encuentra aburridos y monótonos. Tanto, que se van pareciendo a esos colegas que uno no soporta más por culpa del hastío infernal que emanan.

Pues, hoy decidí que dejaré de ser el usuario pasivo de internet. Ya basta de tragar todos los contenidos que ofrece la red sin que me dé chance de masticar. Es el momento correcto para dejar a un lado mi comodidad y ponerme a escribir. A crear.

Las pretensiones de un blog como este, que nace producto de una resaca, sin un rumbo bien defindo, sin orientación ideológica clara y sin un administrador experto, no puden ser más que las de no morir de inanición.
Veremos qué pasa con el tiempo. Tal vez muy pronto pueda llegar a pertenecer al enorme grupo de geeks que no se sienten cómodos si no han publicado -por lo menos- su post del día.

Amanecerá en Caracas, después veremos.

©Fotografía de Manuel Rodríguez



Recomendaciones de hoy:


El blog: Puntoini.net - El sitio: Qué vida más triste! - La peli: The science of sleep, dirigida por Michel Gondry - El trago: Long Island Iced Tea - La ñapa: Venezuela en el Clásico Mundial de Béisbol


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10.2.08

Entre letra y letra

Yo te dejo

Mis ganas de partir, lo que olvidé de abajo, un tema incluso como tantas cosas. Un millón de ideas que son ideas y sólo eso. Un mundo mejor que ya ni se entera. Una tonelada de cenizas con sus noches y algún chiste malo. Algo de azúcar para el café amargo y una de mil lunas en vela esperando ese terremoto. Un poco de miedo escénico que se confunde con unas copas de más. A mis muertos que son tuyos y la ropa regada en la esquina, con mis ganas de ser; tuyo eso es todo. El dolor del fuego y las casas que se encuentran enterradas más allá del tiempo que llevo en vida, como queriendo decir lo que digo entre letra y letra. Un acertijo que es juego y no tanto, con grama mojada por montones y un solar despreocupado. Esa foto escondida y que busco dormido, alguna almohada perdida y un carnaval de abrazos. La sonrisa de un niño que descubre y todo aquello que creía saldado. Te regalo apenas cien años de vida. Un futuro a la suerte, la bebida del día. El azul, la bañera, mis manos, la brisa. Unas palabras, lo que soy, fui, serás y nada más.

Yo me quejo

Sólo de eso, y serás, cuando fui siendo lo que soy, de esas palabras. Del aire que golpea, unos dedos interminables, lo aburrido del baño y el terrible color. De beber cada día, de dejarlo a la suerte. Por lo breve de la vida. Son las deudas y el errar para aprender. El afecto que miente, encontrar, el insomnio y guardarte a los lejos. El terreno vacío, mojarme los pies, que no entiendas los juegos. Del dolor del fuego y las casas que se encuentran enterradas más allá del tiempo que llevo en vida, como queriendo decir lo que digo entre letra y letra. Todo lo odio; no poder ser, el desorden, recordarles. La falta de aplomo. La angustia de la espera y la mentira del dulce. No hacerte reír y el sabor de la noche cuando amanece. Un mundo que no comprende. Sólo de eso y de soñar despierto. No terminar, lo que olvidé y mis ganas de partir.

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7.2.08

Jurungando mi Itunes


Joaquín Sabina

En una de esas noches entrañables volví a escuchar a Sabina. Estaba bien acompañado, como es menester. Noté que por primera vez le escuchaba en un bar. Nunca antes me había topado con él en esas circunstancias, lo que en el momento me pareció bastante extraño, contra natura me puse a pensar. Regresé varias páginas y traté de recordar. Mi primer encuentro con Sabina fue más bien fortuito, como pasa cuando te topas con una buena noticia, como pasó en aquella última noche que ya había mencionado. Fue hace algunos años, en plena adolescencia, mía que no de Sabina. Desde entonces me pareció un gran tipo. Fueron buenos años. Años de Sabina, Milanés, Charlie y Silvio. Buenos recuerdos.

Supe que algunos años después de sortear con fortuna un infarto cerebral, publicó su disco 18, Alivio de luto (2005). Supe también que estuvo de gira hace poco con el bueno de Serrat. Por ahí encontré una entrevista para la televisión que le hiciera Jaime Bayly. Creo que no tiene desperdicio alguno [parte1][2][3][4][5][6[7][...y 8]

Se me hace difícil escribir sobre un tipo por el que siento tanta empatía. No sería honesto conmigo. Acá cuelgo el video de 19 días y 500 noches (1999). ¡Salud!




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30.1.08

Crónicas de un mochilero XXVIII


Brujas y mis descuidos


Breve recordatorio del viaje hasta este punto, para lectores con poca memoria y el narrador que olvida:
Nuestro temerario héroe había llegado, sin planearlo, a Brujas en Bélgica. Cuestiones del azar y otras hierbas. Recordar es vivir [link]

Llegar a Brujas de esta manera me hacía sentir confiado. Poco importaba ya el itinerario que me había planteado una y mil veces en Caracas. La falta de comodidad hogareña le hacía bien a mi espíritu. Tenerlo todo planeado podía tornar la travesía en algo tedioso, por lo menos eso pensé estando ahí parado en el vetusto hangar. Eso sí, tampoco la cosa iba siempre de improvisar. Tomé una guía de hostales que llevaba conmigo y comencé a buscar albergue. Según esto, el más próximo estaba a unos dos kilómetros de la estación central. Ahí mismo, pues. La verdad, la mochila se me hacía pesada y, a pesar de estar a unos 15 minutos a pie, me decidí por usar el transporte público. Podía acercarme en autobús. Tenía que montarme en el número dos y bajar en la tercera parada. Hasta acá todo bien.

El conductor del autobús se mostró bastante amable conmigo. No hablaba inglés, pero hicimos rápida empatía gracias al lenguaje de señas. Eso pensé. Estoy seguro que él también. En todo momento se mostró dispuesto a ayudar. Lo cierto, las señas no resultaron tan universales como pensaba. Lo noté cuando me tocó bajar y darme cuenta minutos después, mapa en mano, que me había dejado a unos siete kilómetros del hostal. Era mi culpa por confiar en las señas y no percatarme que había abordado el bus número tres. ¡Era el dos, pendejo! Me toca caminar, pensé, y sin buscar otra alternativa emprendí el recorrido.

Muy a pesar del verano y de la pesada mochila y de mis pocas habilidades atléticas, el recorrido se me hizo, en retrospectiva, imprescindible. Recordé lo que había aprendido: al caminar se conoce a fondo la ciudad, se disfruta y se llega hasta el punto de sentir pertenencia por aquel lugar. En poco menos de una hora decidí que quería que mis hijos crecieran en una ciudad así. Brujas opacó mis recuerdos parisinos por un instante y la encontré perfecta, tranquila, amable. Muchos puentes componen esta ciudad de casas con techos a dos aguas y ciclistas por doquier. Con cada cuadra recorrida ya iría olvidando todo lo demás para embelezarme con la oportunidad que mi descuido me había dado. Fue el azar, una vez más, pero no el último descuido.

Sin darme cuenta había llegado al hostal, Albergue Europa, un sitio enorme. La pequeña entrada que da a la calle Baron Ruzettelaan, oculta las dimensiones del lugar. El hostal más grande que había visitado, sin dudas. A modo de bienvenida me topé con una plazoleta redonda en la entrada, adornada por flores que se me asemejaban a tulipanes amarillos y rojos, y noté que las paredes estaban revestidas por pequeños ladrillos muy marrones. Parecía uno de esos grandes colegios salesianos. Me acerqué agotado hasta la puerta. Estaba cerrada. Un letrero avisaba que los domingos abrían después de las catorce. En la guía se señalaba claramente el horario, pero una vez más no me percaté. Tendría que esperar. Puse la mochila en el suelo y fue entonces cuando escuché hacia mi costado izquierdo lo que parecía una trompeta terriblemente desafinada.



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14.1.08

Sigo tomando ron


Antes de salir llené la mochila de recuerdos y paisajes. Lo único que poseo y siempre me acompañó. En el bolsillo llevo algo de cambio y trozos de lo que en vida fue un panfleto que invitaba a aprender a hablar francés gracias a las novedosas técnicas del profesor tal, respaldadas por acuciosos testimonios de anónimos satisfechos. Según leí, en su momento, la cosa era fácil. Caminando calle abajo, por la acera como corresponde, me topé con la mujer que me veía a lo lejos en aquel vagón de metro que, atiborrado de gente, se me hizo el lugar más cómodo de toda Caracas. Ahora ella entonaba para si una canción ridícula que aprendió en una visita al Museo de los Niños años atrás. Yo no lo sabía, pero lo deduje por la expresión de su rostro. Estaba ida, tal vez trasvolándose hasta el museo y más atrás. “Qué loca”, pensé y seguí mi rumbo; recordando el episodio, maldije al desconocido que escogió aquel momento sublime en que nuestras miradas se encontraban en el subterráneo para liberar flatulencias reprimidas por minutos. Ese olor se hizo presente, de nuevo, y, como entonces, tuve que aguantar la respiración. No paré mi rumbo porque hace rato me estaban esperando y, como es normal en el Caribe, ya iba tarde.

Desperté desorientado. Hacía mucho calor y me encontraba en una cama que no era la mía. A mi lado estaba una chica que tampoco me pertenecía. Por lo menos no la recordaba así. Ella me abrazaba y seguía durmiendo. Roncaba. Tal vez eso fue lo que me levantó. O fue el calor. Quizá el dolor de cabeza. Sin saber por qué, de manera instintiva, acaricié sus cabellos. Palpé su rostro como buscando otras formas de reconocerla, tratando de indagar cómo había terminado a su lado, en aquella habitación decorada con motivos infantiles. Ella no paraba de roncar. Tantos peluches ridículos puestos en una repisa llamaron mi atención. Estuve intranquilo, como alguna vez. Me asusté. Estaba a punto de desesperarme. “¡Qué carajo hice!”. Me di un segundo. La vi bien. Definitivamente no era ninguna niña. Sentí alivio. Tal vez era la mamá de alguien. No me quiero enterar. Desorientado, decidí que era momento de irme. Con cuidado la aparté de mi lado, la arropé y me quedé un rato a su lado tratando de descifrar su identidad. Nunca la había visto, por lo menos eso pensaba. Tomé mis cosas, me vestí y salí con cuidado de aquel cuarto. Estaba en un apartamento que parecía de clase media. No había nadie. Fui a la nevera, comí algo de cereal con leche fría y lavé los platos. Luego, noté que mi mochila estaba tirada en el piso.

Mi primer día fuera comenzó tarde. Después del papeleo de rigor, firmar varias copias y estampar la huella de mis dedos índice y pulgar, tuve que esperar a un fulano que tenía que autorizar mi salida. Al llegar no me saludó. “Mañana debes presentarte temprano en tribunales. Ahora vete”, y me dio la mochila con mis cosas. Salí apresurado de aquel sitio. Cada segundo ahí me parecía eterno. Se abrió la última puerta. Afuera había luz y se podía respirar. Tomé una larga bocanada de aire. El aroma se sentía tan distinto, tan transparente, tibio. No aguanté y vomité repugnado. Me había acostumbrado a la mierda. Entre lágrimas vomité una vez más. Noté que había un letrero en donde se leía: “Bienvenidos”. Hijos de puta. Necesitaba reencontrarme con la vida. No pensé en otro lugar más apropiado y me enfilé hasta el bar de siempre. Ahí el tiempo parecía haberse detenido. Justo lo que necesitaba. Todo estaba igual. La misma decoración. La misma gente que se acercaba de a poco hasta abarrotar el lugar. Muchas mujeres irían llegando hasta el bar, llenas de historias. Todos ahí buscábamos escapar de algo y así nos entregábamos de lleno al alcohol confiando en su poder terapéutico. En ese sitio me sentí reconfortado, por primera vez en mucho tiempo. Trabajaban los mismos empleados de antaño. “Viejo, guarda esta mochila y me la das cuando me vaya. Hoy quiero beber en cantidad. Lo necesito”, le dije al mesonero. Él, complaciente como antes, me recordó. No preguntó por mi ausencia. “¿Te sirvo lo mismo de siempre?”, indagó. Correcto. Sigo tomando ron.


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El blog: Diario de un preso - El sitio: Mazzinia - La peli: Le Scaphandre et le papillion, dirigida por Julian Schnabel - El trago: Ron con Ron - La Ñapa: Murió AGL

4.1.08

Una chiva, una burra negra, una yegua blanca, una buena suegra


Año nuevo, vida nueva, dice la canción. Un nuevo ciclo temporal siempre es buen pretexto para implantarnos nuevos retos, cumplir con deberes que han quedado a medias o simplemente evaluar el récord de vida. A mi, a modo de penitencia, me da por hacer un recuento de lo que hice o dejé de hacer en el año que inmediatamente acaba de terminar. La evaluación de 2007 es agridulce. Como dice un buen amigo al referirse a una película: “fue de esas buenas/malas que no puedes dejar de ver”. Así fue el 2007, como una película de Steve Martin.

No me gusta ser ingrato, mucho menos conmigo mismo, pero el año pasado la cagué varias veces. Yo, que me caracterizo por mi eterna amabilidad para con la viejitas, confieso que últimamente no he tomado decisiones muy sabias ¡Quién lo diría! Con el paso de los años me esmero en ser más torpe. Sin querer, por instinto, acelero cuando está en rojo. Me la estoy comiendo. Coñazo. Choco de frente contra los eternos amigos de la policía de tránsito. Trato de arreglarlo a la vieja usanza ¿Me está sobornando? No, nunca sería capaz. ¿Y esos billetes? Son una ofrenda. Una ofensa, querrá decir. No me diga que ustedes son los incorruptibles. Sí, señor, medalla de plata de la delegación ¡Maldita sea! No diga esas palabras. ¿A quién le dan la de oro en su delegación, entonces? A los corruptos. Típico. Acompáñenos a la jefatura. Típico. Móntese en la patrulla. Okey, ¿pero puedo hacer una llamada? Si tiene saldo ¡Mierda! Cuidado con las palabras, señor. Creo que esa se puede decir. Creo que tiene razón ¡No te metas en esto, Pacheco! No puede ser que me salgan con lo de policía bueno-policía malo. No somos exactamente policías. Lo que falta es que me lean mis derechos, a lo gringou polís. ¿Cuáles derechos? Nada, sólo imaginaba en voz alta. Ahora que lo menciona, se imagina qué pasaría si a un gandolero se le aparece la sayona en pleno Siglo XXI. La sayona no existe, Pacheco ¡Coño, no, mejor me llevan preso de una vez! En realidad no pensábamos hacerlo ¿Entonces qué? ¿Qué de qué? ¡No me jodan! Jodido está, tiene aliento etílico. ¿Me creen si digo que era un caramelo de anís? Esos caramelos ya no existen. ¡Coño, me agarraron! Hace rato. Móntate que hoy te sale calabozo. Será.

Pues sí. Tomé malas decisiones, me fui por caminos irregulares, no insistí, jodí en momentos inapropiados, tuve poca paciencia y mentí cuando no debía. Todo derivó en que, a pesar de la buena fortuna momentánea, mi año no fuera de esos que uno recuerda toda la vida. Este año me hice la promesa solemne de cambiar. Me prometí mil veces evitar malos hábitos y comenzar desde cero ¡Éste es mi año! No habrá fiscal alguno que pueda evitarlo. Lo juro, así como lo hice el año pasado.

Aclaratoria:
Los caramelos de anís siguen a la venta.



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El blog:
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