14.1.08

Sigo tomando ron


Antes de salir llené la mochila de recuerdos y paisajes. Lo único que poseo y siempre me acompañó. En el bolsillo llevo algo de cambio y trozos de lo que en vida fue un panfleto que invitaba a aprender a hablar francés gracias a las novedosas técnicas del profesor tal, respaldadas por acuciosos testimonios de anónimos satisfechos. Según leí, en su momento, la cosa era fácil. Caminando calle abajo, por la acera como corresponde, me topé con la mujer que me veía a lo lejos en aquel vagón de metro que, atiborrado de gente, se me hizo el lugar más cómodo de toda Caracas. Ahora ella entonaba para si una canción ridícula que aprendió en una visita al Museo de los Niños años atrás. Yo no lo sabía, pero lo deduje por la expresión de su rostro. Estaba ida, tal vez trasvolándose hasta el museo y más atrás. “Qué loca”, pensé y seguí mi rumbo; recordando el episodio, maldije al desconocido que escogió aquel momento sublime en que nuestras miradas se encontraban en el subterráneo para liberar flatulencias reprimidas por minutos. Ese olor se hizo presente, de nuevo, y, como entonces, tuve que aguantar la respiración. No paré mi rumbo porque hace rato me estaban esperando y, como es normal en el Caribe, ya iba tarde.

Desperté desorientado. Hacía mucho calor y me encontraba en una cama que no era la mía. A mi lado estaba una chica que tampoco me pertenecía. Por lo menos no la recordaba así. Ella me abrazaba y seguía durmiendo. Roncaba. Tal vez eso fue lo que me levantó. O fue el calor. Quizá el dolor de cabeza. Sin saber por qué, de manera instintiva, acaricié sus cabellos. Palpé su rostro como buscando otras formas de reconocerla, tratando de indagar cómo había terminado a su lado, en aquella habitación decorada con motivos infantiles. Ella no paraba de roncar. Tantos peluches ridículos puestos en una repisa llamaron mi atención. Estuve intranquilo, como alguna vez. Me asusté. Estaba a punto de desesperarme. “¡Qué carajo hice!”. Me di un segundo. La vi bien. Definitivamente no era ninguna niña. Sentí alivio. Tal vez era la mamá de alguien. No me quiero enterar. Desorientado, decidí que era momento de irme. Con cuidado la aparté de mi lado, la arropé y me quedé un rato a su lado tratando de descifrar su identidad. Nunca la había visto, por lo menos eso pensaba. Tomé mis cosas, me vestí y salí con cuidado de aquel cuarto. Estaba en un apartamento que parecía de clase media. No había nadie. Fui a la nevera, comí algo de cereal con leche fría y lavé los platos. Luego, noté que mi mochila estaba tirada en el piso.

Mi primer día fuera comenzó tarde. Después del papeleo de rigor, firmar varias copias y estampar la huella de mis dedos índice y pulgar, tuve que esperar a un fulano que tenía que autorizar mi salida. Al llegar no me saludó. “Mañana debes presentarte temprano en tribunales. Ahora vete”, y me dio la mochila con mis cosas. Salí apresurado de aquel sitio. Cada segundo ahí me parecía eterno. Se abrió la última puerta. Afuera había luz y se podía respirar. Tomé una larga bocanada de aire. El aroma se sentía tan distinto, tan transparente, tibio. No aguanté y vomité repugnado. Me había acostumbrado a la mierda. Entre lágrimas vomité una vez más. Noté que había un letrero en donde se leía: “Bienvenidos”. Hijos de puta. Necesitaba reencontrarme con la vida. No pensé en otro lugar más apropiado y me enfilé hasta el bar de siempre. Ahí el tiempo parecía haberse detenido. Justo lo que necesitaba. Todo estaba igual. La misma decoración. La misma gente que se acercaba de a poco hasta abarrotar el lugar. Muchas mujeres irían llegando hasta el bar, llenas de historias. Todos ahí buscábamos escapar de algo y así nos entregábamos de lleno al alcohol confiando en su poder terapéutico. En ese sitio me sentí reconfortado, por primera vez en mucho tiempo. Trabajaban los mismos empleados de antaño. “Viejo, guarda esta mochila y me la das cuando me vaya. Hoy quiero beber en cantidad. Lo necesito”, le dije al mesonero. Él, complaciente como antes, me recordó. No preguntó por mi ausencia. “¿Te sirvo lo mismo de siempre?”, indagó. Correcto. Sigo tomando ron.


Ubicación al escribir esta entrada:
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50'W

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2 comentarios:

Litro dijo...

gracias y... ¡por favor!

Anónimo dijo...

Lo arrecho es que todos hemos percibido esa fetidez y aun así, seguimos tomando ron, ron pal que quiera, ron pa to'el mundo. Besos! espero verte el jueves por el jaula magna...