15.5.07

Crónicas de un mochilero XXIV


Buscando al Manneken Pis

Mi objetivo en ese momento era llegar al Manneken Pis. Para eso, antes tenía que tomar un autobús que me dejara en el centro de la ciudad. Así fue. Llegué hasta la Grand Place, una especie de plaza central donde, según la guía turística que había tomado en la estación de tren, se hacía un festival que cubría el lugar de flores. Lo cierto es que ese día no había ni una flor en aquel sitio. Nada. Eso sí, había mucha gente y podría decir que la mayoría no eran turistas. Todos tenían cara de belga.

En mi recorrido por el centro de Bruselas noté que muchas personas llevaban pequeñas bolsas de papel llenas de papas fritas. Nunca imaginé que fueran adictos a las papas fritas con mayonesa. Era una locura. En aquel lugar habían unos adolescentes sentados bajo la sombra de una estatua y todos comían papas fritas. Las papas fritas no distinguían edad, ni género, ni hora. Estaban presentes a cada instante, por donde volteara a ver. De verdad todo aquello me pareció bastante peculiar; tanto, que tuve que comprar mis propias papas para saber de qué iba todo. La verdad las papas estaban sabrosas.

Las papas son tan sólo una característica peculiar de los belgas. Allá se habla francés y neerlandés, en Bruselas tienen monorriel, son la sede permanente del Parlamento Europeo y disfrutan de más de 500 tipos de cerveza distinta. Claro, tampoco se puede olvidar al Manneken Pis, con el que no me había topado aun, que viene a ser el emblema de la ciudad junto al Atomium.

Ese día caminé por horas. Estoy seguro que di muchas vueltas en círculo. Ya me estaba poniendo de mal humor. Tenía mucha hambre y padecía las consecuencias del viaje desde París tan sólo unas horas atrás. Cuando me topé con el Manneken Pis, por casualidad, no podía creer que había caminado tanto buscando una pequeña estatua de bronce que, según la tradición, era un homenaje a un niño que salvó a la ciudad de una invasión enemiga. En Bruselas hay una fundación que se dedica a disfrazar la pequeña estatua. En el museo de la ciudad conservan cientos de atuendos que ha vestido este personaje.

Todavía sorprendido por mi hallazgo casual, me paré frente a la estatua y, por unos segundos me quedé a contemplarla. Ahí comprendí todo. El condenado se burlaba de mi y de mi agotamiento, del montón de vueltas que di para llegar hasta él. Se meaba en todo, se meó en mi. Sentía que me veía y se orinaba. Sus micciones nunca pararon. Ciertamente me sentí ofendido por el emblema de la ciudad. No tenía mucho sentido quedarme a discutir con una estatua de bronce. Sobre todo por el cansancio; tenía todas las de perder. Recordé que no me había chequeado en el hostal. Tuve que regresar a la estación de tren a buscar mi mochila y luego decidí caminar todo el trecho hasta el albergue. En el camino de regreso me provocó comer alguna papa más.

Ubicación al escribir esta entrada:
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50'W

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bravo Chamo! Eso de las papas casi me hace llorar porque me recordó mucho a mi mamá. Esa costumbre de las papas cpn mayonesa recorre las venas de mi familia, así que hoy has movido raíces bien profundas...

Bravo por tí, y por mis amadas crónicas...
Te quiero mucho vale

Anónimo dijo...

Por fin , Las crónicas , yeah !

Anónimo dijo...

Aquí también despertaste recuerdos, pero no por la papas, mas bien por la pequeña estatua esa, la recuerdo también sorprendido, por toda la ciudad econtraba mercancia relacionada con el niñito orinón ese y es que la sensación de desencanto cuando te encuentras con el muñequito eso es de la misma magnitud de la búsqueda. Aprendí la lección y adios expectativas. Gracias a eso no me decepcionaron ni La Mona Lisa, ni la Sirenita y por el contrario me sorprendió muy gratamente el Vigeland Park de Oslo.

Salud