6.2.07

Crónicas de un mochilero (XIX)


Nos debemos un festín

El desayuno fue muy interesante. No tanto por el croissant con mermelada, que estaba incluido en el hospedaje. Sino, porque enfrente tenía a Gabriela. A su lado estaba Emilio, ciudadano del mundo, caminante incansable y soñador como todos los comensales en esa mesa, en ese hostal, en esa ciudad que así lo permitía. Emilio hablaba muy fluido, como entrenado para eso. Y hablamos de la guerra y lo terrible y lo hermoso que se descubría ante nuestros ojos y lo mundano y el pan y circo y de lo deplorable de la guerra y la utopía de la paz y de nosotros y de aquellos. Otra vez se nos fueron las horas interminables disfrutando de la plática. Y Gabriela dijo: “Emilio, nosotros nos vamos. Tenemos una cita pendiente. Nos vemos acá a las 21:00”. Y nos fuimos.

Caminamos por kilómetros, por veredas y callejones, calles empedradas y de asfalto. Pasamos por fruterías y tomamos alguna manzana sin testigos y estuvimos de palmo a palmo en la Avenue Simón Bolívar, liberateur des colonies hispano—americaines, y más allá. Seguimos caminando a orillas del Sena y había gente tomando sol y otros nos pasaban en bicicleta y en los puentes vimos a alguna pareja besándose y otros hacían lo mismo, pero a escondidas, y así. Paramos, nos sentamos, platicamos de los dioses griegos y la cultura pop, bebimos agua y seguimos nuestro rumbo.

Cuando estábamos cerca de la torre entramos a un minimercado a comprar unas baguettes, unos gramos de queso y embutidos. Sería nuestra comida, la que nos debíamos. De beber, vino de la casa. Dos litros. Y como brincando, contentos por estar a punto de completar el deber, fuimos acelerando la marcha hasta llegar a los pies de la torre de acero, del símbolo de la era industrial clavada en los espacios que alguna vez albergaron la feria mundial que la daría a conocer.

Nos sentamos en la grama de los Campos de Marte. Yo preparé los panes, Gabriela descorchó el vino. Primero brindamos por la vida y el destino y París. Dimos inicio al festín que terminaría con nosotros acostados boca arriba. Contemplando un cielo azul, sintiendo una grama muy verde en nuestras espaldas, sabiendo que la torre parpadeaba a ratos y estando seguros de nuestra compañía. Nos quedamos mudos por primer vez. Ahí estuvimos un rato, recobrando energía para poder subir los 1665 escalones de la Torre Eiffel.

Ubicación al escribir esta entrada:
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50'W

2 comentarios:

Anónimo dijo...

no era "ese" emilio... bueh, al menos la historieta estuvo impecable

Marcos Mendoza Saavedra dijo...

No sabes cuanto daría por un vino de la casa, de cualquier casa parisina... aquí cortan la cajita tetra pack y creen que uno es idiota...