21.2.07

Crónicas de un mochilero (XX)

Llegando a la cima

Mientras yo subía por los escalones de la torre Eiffel en compañía de Gabriela, la mexicana, el señor Gilberto tomaba el bus que lo llevaría del trabajo a su casa a las afueras de Bogotá luego de catorce horas de jornada laboral. Algún niño por ahí estaría dando su primer paso al compás de los mios y muchísima gente encontraba aquel control remoto que daba por perdido. En eso me ponía a pensar mientras subía por los primeros escaños de la torre. Son muchas historias las que nacen y mueren cada segundo, con cada escalón que íbamos recorriendo. La mía, tal vez la más mundana de todas.

Algo raro pasó en ese momento. Algo que me hizo pensar en todo menos en mi. Una sensación de vacío que me resultaba incoherente. A pesar de encontrarme por primera vez ahí, en París, escalando el símbolo universal de la ciudad, sin tener la certeza de regresar algún día, no paraba de pensar en que ese preciso momento no tenía mucho de especial. Tal vez el vino me había pegado fuerte en la cabeza, pero súbitamente tomé a Gabriela de la mano y empecé a dar zancadas con todo ímpetu, pasos monumentales por aquella torre de acero. Gabriela no comprendió mucho, pero me siguió el ritmo hasta que paramos para tomar un poco de aire. Exhaustos, nos vimos a los ojos y yo grité a todo pulmón: “¡Jalisco no te rajes!” y seguimos subiendo aquello, ahora cantando y gritando y Gabriela, a todo pulmón, me preguntaba:

—¿Qué es la vida?
Yo respondía:
— ¡No lo sé!
— ¿A qué sabe la felicidad?, decía la mexicana.
— ¡Yo no sé!, replicaba yo mientras imprimía más velocidad al subir.
— ¿Es esto París?
— ¡No lo sé!

Y el aire se nos hizo insuficiente y el sudor abundante, pero ya estábamos cerca de llegar y fuimos muy felices. Y cantábamos en español con acento francés y la gente nos veía sin saber el porque. Simplemente eramos un par de jóvenes dispuestos a gozar de una vista genial de París en todo lo alto de la Torre Eiffel.

Ubicación al escribir esta entrada:
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50'W

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hasta que al fin te dignas de complacer a la niña del bigote...sería hora de que empezaras a cumplir tus promesas y palabras a tiempo para que así angelins no tuviera que amenazarte y tu no tuvieras que decirnos que somos peor que una célula ociosa de la ETA...aunque fue muy original el comentario...

Te quiero