19.1.07

Crónicas de un mochilero (XVII)

El cementerio y sus bellas sorpresas



El lunes comenzó muy temprano, a pesar de las copas de la noche anterior. La tertulia estuvo buena y la compañía mejor. Tenía pensado ocupar mi día visitando los cementerios más importantes de París: el del Père Lachaise, el de Montmartre, el de Montparnasse y el de Passy, ubicados al este, norte, sur y centro, respectivamente. Gabriela, la mexicana, no estaba interesada en ese paseo y optó por ir a Champs-Élysées ese día. Quedamos en vernos a las 21:00 horas para cenar en el Campos de Marte, a los pies de la torre Eiffel. Listo.

Desde muy niño los cementerios me han parecido maravillosos. Son sitios repletos de historia, muy generosos en arte. El cementerio es reflejo perfecto de una ciudad, de una cultura. El recinto te habla mil veces de las costumbres añejas, del contraste social. El Cementerio Père Lachaise, la primera parada proyectada en mi recorrido, es el más grande de la capital francesa y el más hermoso del mundo, según los conocedores — el Monumentale di Staglieno en Génova y La Recoleta en Buenos Aires comparten estos honores—. Las caminerías son amplias y está atestado te tumbas insólitas, algunos mausoleos gigantescos y nichos interminables. La vegetación en sectores es densa y es sólo gracias a las bien ubicadas señalizaciones que el visitante puede salir del inmenso laberinto rodeado de hermosas criptas.

Este cementerio representa la cuarta atracción turística de la ciudad, todo gracias a sus famosos habitantes. En la entrada del cementerio me dieron un mapa que mostraba la ubicación de las tumbas más famosas. Comencé con mi necroturismo y recorrí buena parte de aquello. Visité un rato a Chopin, vi a la Callas; entre Delacroix y Melie se me fue toda la mañana. Aun me faltaba encontrar la tumba de Jim Morrison que estaba en la intersección del callejón Maison y el Lebrun. A pesar del mapa di muchas vueltas y no pude encontrarla. Ya ni sabía dónde estaba. Me encontraba extrañamente solo y rodeado de muertos. Apuré el paso a ver si me topaba con alguien, pero no di con nadie. ¡Qué bolas tengo de perderme con mapa en mano!

Totalmente extraviado, doble en aquella esquina a la derecha y me topé de frente con ella. Me paralicé por un segundo mientras veía su rostro. Mi inglés nunca fue tan malo como en ese momento. Le comenté que estaba perdido. Ella también. Los dos buscábamos a Morrison. Le pregunté su nombre y me dijo que se llamaba Sofía y venía de Portugal. Entonces empezamos a hablar, cada quien en su idioma y nos entendíamos casi a la perfección. Caminamos un rato y encontramos la tumba de Jim. Nos tomamos unas fotos y seguimos hablando, y caminando.

Estábamos tan involucrados que en un instante dimos con la salida del cementerio y nos fuimos a comer algo. Que se jodan todos esos muertos, pensé. Otro día los visitaré. La belleza de Sofía es tal que ellos sabrán comprender. Confieso que no lo podía creer. Sofía tenía el cabello negro, negrísimo. Su piel estaba tostada por el sol de Ibiza, isla que había visitado una semana atrás. Su rostro era de facciones muy delicadas y ocultaba sus ojos verdes detrás de unos lentes oscuros. Vestía una falda de jean que aun hoy recuerdo. De hecho, recuerdo mucho mejor sus largas piernas. Perfectas.

Íbamos caminando sin rumbo por París. Buscando un buen sitio para comer lo que fuera. Así las cosas, nos sentamos en la grama de un parque, improvizando una especie de picnic. Habíamos comprado una botella de vino tinto. Comimos, bebimos y luego nos acostamos ahí a seguir hablando, cada vez más cerca. Muy a gusto los dos.

Sofía regresaba a Oporto al día siguiente. Se estaba quedando a las afueras de París en el piso de una amiga. Me invitó. Acepté. No dormí en el hostal esa noche. Tampoco me encontré en el Campo de Marte con Gabriela. Ya habría tiempo para dar explicaciones y pedir alguna disculpa. Hoy me tocaba vivir, disfrutar intensamente de París y de Sofía, la chica que conocí en el cementerio.

Ubicación al escribir esta entrada:
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50'W

Contacto: elchamodel114

5 comentarios:

Anónimo dijo...

No me gustan las generalizaciones ¡pero todos los hombres son iguales!.
Pobre Gabriela, yo que me creí en el post anterior que te había encantado, seguro ella creyó lo mismo y se quedó embarcadísima.
Me provoca irme a otros blogs y no volver por acá "porque ya habrá tiempo de dar explicaciones y pedir alguna disculpa"... pero no, quiero ver como termina esto.
Todas las mujeres somos iguales!

Marcos Mendoza Saavedra dijo...

igual, Paris es universal... y siempre tendremos París...

Anónimo dijo...

todos los hombres no somos iguales los unos a los otros. somos bastante-mucho-muy parecidos, cosa que es insignificantemente distinta, pero igualitos, no somos.

el siguiente, más parecido al anterior. elchamodel114, el más parecido de todos a todos los demás. pero distinto. nada es igual si miras de cerca, con la mano en un ojo y entrecerrando el otro.

Anónimo dijo...

... y no existe tal cosa como eso de una mujer igual a otra.

Quetecotopereque dijo...

Hijo tiene razón, somos una fauna bien variada...
Gabriela, seguro consiguió algo con qué entretenerse (y probablemente también era extranjero)