20.3.07

Cuatro en una cama

Hoy la felicidad sabe a fruta fresca y tiene el aroma del mastranto que crece cerca del río.

Llegué primero, pero siempre los esperé. A veces no sabía muy bien cómo sucedía aquello, pero sé que me llenaba de alegría al verlos, a todos. La misma alegría que me produce escribir hoy estas líneas que de cursi lo tienen todo. Venían poco a poco. Nana llegó muy rápido y confieso que no recuerdo bien ese día de marzo, porque tal vez ella siempre estuvo ahí, conmigo. Tal vez porque no sabía qué demonios significaba marzo. Éramos nosotros dos, confidentes despiertos, unidos como siameses. Ella curiosa, inteligente, valiente, protegiéndome todo el tiempo a mí que era un viejo ya. Nana soy yo, pero con coraje. Creo que de verdad nacimos el mismo día, sólo que ella llegó once meses después. Ella soy yo con otra cara. Me gusta pensar que ella tiene todo de mi y mucho más, porque es enorme. Mi Nana es gigante. Sin que lo notáramos llegó la princesa, mi princesa muy mía. Como a toda princesa, desde siempre le sobró actitud. Es que para ser una princesa hay que saberlo y ella lo tenía claro desde que llegó. Terca, más inteligente que Nana y yo, devoraba libros antes de tiempo y con su belleza nos conquistó a todos. La princesa tiene una mezcla de sabiduría y belleza que la hacen irresistible, pero además es fuerte, muy fuerte. Muy sólida, casi imperturbable. Sólo yo tengo la capacidad de desmoronarla y lo he hecho y no ha estado bien. Cuando ha llorado, yo también lo he hecho desde adentro, porque la verdad es que ella es una reina y duele verla así. Mi princesa/reina siempre lo ha tenido claro y fue a buscarlo, no muy lejos, pero lo suficiente como para extrañarla constantemente y así vernos menos que antes, pero la necesito mucho más. Y estábamos Nana, la princesa y yo, todos juntos, cuando nos llegó la alegría en un cuerpo redondo. Era un gordo impresionante, de ojos enormes, negrísimos y muy vivos. Desde siempre fue muy simpático adentro, pero penoso afuera. Se escondía detrás de mis piernas cuando alguien lo interrogaba y desde entonces yo sabía que debía protegerlo. Él es pura felicidad, con ocurrencias geniales y sentimientos muy puros, muy suyos, únicos. Y recuerdo que siendo cuatro dormíamos en una cama, todos juntos, porque no nos gustaba estar separados. Quedaban otras tres camas vacías y no las extrañamos. Y estábamos juntos en la cama y nos acostábamos como podíamos, de forma horizontal, de lado, alguno acurrucado en una esquina. Nana, la princesa, el gordito y yo. Siempre juntos. Riendo, peleando, jugando, sufriendo lo incomprensible y dando un paso adelante. Y hoy recordé que tenía mucho tiempo sin decirle a mis hermanos lo mucho que los quiero.

5 comentarios:

Marcos Mendoza Saavedra dijo...

Es que esa dinastía es digna de admirar...

Anónimo dijo...

un texto productivo. te diste cuenta.

Anónimo dijo...

.........
nunca mejor resumido
los hermanos son una bendición
.........

Anónimo dijo...

Te adoro hermano, lei esto y no sabes como me hiciste llorar!!! .. Yoli

Anónimo dijo...

Olvidar lo inolvidable es imposible...