26.10.06

All in


FiFtyUanA

La semejanza entre el póker y las relaciones humanas es impresionante. El jugador sabe con sus cartas qué combinación puede ligar, pero es necesario ir hasta el final de la apuesta para ganar el bote y descubrir qué tiene el otro.

Ahí está el riesgo y lo dicotómico de este juego. Igual que en la amistad y el amor: hay que llegar a lo último para ganar o perder, y si se corre con muchísima suerte se puede empatar.

¿Confianza en las barajas que se tiene? ¿Saber intuir qué tiene el adversario? ¿Utilizar la mentira para ganar? ¿Descifrar la mentira de los demás? Así se juega. Sin embargo, el que no arriesga no gana. Todo es posible. Existe la misma factibilidad de vencer o correr con la derrota. Gritar: “¡Dame la salsa! ¡Pásame lo mío!” O, la otra cara de la moneda, decir tras un suspiro y con la impotencia que te aprieta la mandíbula: “Qué mala suerte, no pesco ni una gripe”.

Sinceramente, no es una sensación muy agradable ver que otra persona se lleva nuestro dinerillo. Da mucha rabia –créeme-. A veces pasa por no ver un poco más allá de nuestras narices. No nos percatamos de un detallito: siempre está latente, en la mesa, la posibilidad de que alguien tenga una jugada mayor que la nuestra. Es así. No obstante, más insatisfacción proporciona no llegar hasta el fin y sorprendernos con que esa mano o esa partida era nuestra, pero la perdimos por no apostar. ¿Por miedo o por razonar más de la cuenta nos abstenemos de jugar? Es cuestión de azar. ¿Por cuál de esas dos opciones has perdido?

Eso es lo emocionante y lo jodido, tanto en el póker como en la vida. La mejor manera de conocerse a sí mismo es pagar la apuesta, pagar para ver las cartas de los otros. Si no descubrimos qué naipes esconden las demás personas, no sabremos qué tan efectiva o decadente es nuestra estrategia de juego. Cuando todos los que van por ganar voltean sus barajas, empezamos a entendernos a través de ellos. Logramos aprender que la cagamos por confiados y mentirosos, o por caer en la trampa del oponente. Si ganamos y pensamos un poco podemos deducir cómo juegan los demás, cómo mentirles, y lo mejor es que hay más dinero para seguir tentando nuestra suerte.

No cualquier persona cree en sí misma y apuesta todo para saber qué posee el rival. Muchos apuestan todo para que nadie se atreva a jugar, van “all in”, porque se sienten capaces de medirse ante cualquier mano.

Hay que tener valor y picardía para llegar hasta el final. Se abrió el river. No es fácil arriesgar todos los churupos por ver el último naipe sobre la mesa. Cada quien tiene su estrategia de juego, pero sólo gana el que lo apostó todo en algún momento. No te emociones, que arriesgar todo no asegura la victoria, más de una vez es la firma de nuestra caída. Lo cierto es que los grandes jugadores dicen: "quien juega por necesidad pierde por obligación".

Yo juego por diversión, no apuesto para hacerme millonario, lo hago por el placer de perder o ganar. He perdido más de lo que he ganado. Eso sí, pago por ver las demás cartas, he aprendido a mentir y a que me mientan. He aprendido qué es perder todos mis centavos. Simplemente: He jugado. No me gusta quedarme con la duda, puede que por eso no gane con mucha frecuencia. Pero sólo es dinero. No me arrepiento, -¿qué ludópata no?- pues lo hice por diversión. Mis pretensiones no son las de hacerme rico a costilla de la diosa fortuna. Es sencillo, más de lo que imaginas. Me gusta ver las cartas de mis adversarios, que por lo general son mis amigos. Una pregunta: ¿Tú cómo juegas?

Ubicación al escribir esta entrada:
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50' W

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No todos somos capaces de arriesgarlo todo.
Quizás en mi caso, sea por cobarde

elchamodel114 dijo...

Yo aguardo mi momento. Espero de a poco a que la mesa se vaya quedando con menos gente. No me gusta arriesgar al principio. Sé que llegará mi turno. Todo es cuestión de tener un poco de paciencia. Y es entonces cuando empiezo a mentir un poco, no todo el tiempo. Y pasa. Me llevo la plata o me toca dividir el pote con alguien más. Y me siento bien. Gané.

Otras veces no juego así y confío a ciegas y me voy de boca. Y me doy ese carajazo. Un par de ases en mano no te hacen automático ganador. Perdí.

Siempre vuelvo a jugar.