Ya mi estadía en Barcelona se había prolongado por muchos días. Una semana más de lo que tenía previsto. Había llegado el momento de empacar todo y comenzar el verdadero viaje. En los planes originales, los que teníamos en mente con varios meses de antelación, el Tuyío y yo recorreríamos Europa. Por lo menos, él me acompañaría por una buena parte del camino. Pero, como siempre sucede en estos casos, lo que teníamos previsto no se cumplió.
Jorge, su hermano mayor, estaría hospitalizado unos cuantos días a causa de las quemaduras, así que el Tuyío decidió quedarse con él. Acto —comprensible por demás— que me dejaría a la deriva. Si bien es cierto que me había planteado el viaje como una aventura, nunca imaginé sus dimensiones, porque nunca tomé en cuenta que me encontraría completamente sólo en países desconocidos. Mi único respaldo serían los apuntes de ciertos hostales que había encontrado por internet estando en Caracas y mi dominio estándar de el inglés, única lengua que me serviría para comunicarme fuera de España.
Ese tren que me llevaría desde la Estación de Sants, en pleno corazón férreo de Barcelona, hasta el Gare du Nord, en la mismísima ciudad de París, sería mi primer tren. Nunca antes había viajado en uno y no sabía realmente cómo funcionaba el sistema. Me encomendé a la lógica, que también sirvió de mucho, aunque la práctica me demostraría luego que la lógica no es infalible.
Salí con rumbo a Francia un sábado a las 20:00 horas. Todos los viajes largos en tren los pensé en horario nocturno, así podría aprovechar al máximo los días. Minutos antes, mientras esperaba en la estación para abordar mi primer tren, tuve miedo por un instante. Me sentía desnudo. Éramos mi mochila y yo. Nosotros contra lo que viniera, contra lo desconocido que, pronto, ya no lo sería más.
De tanto pensar en lo que estaría por venir se me pasó el tiempo y al fin llegó el tren. Las primeras horas del trayecto las pasé imaginando, fantaseando. No podía quedarme dormido. Los pequeños asientos tampoco ayudaron mucho en ese sentido. El tren se detuvo en la frontera franco—española. Ahí tuvimos oportunidad de bajarnos, mientras los mecánicos del tren lo colocaban en los rieles franceses. Fue el lugar perfecto para dormir un poco. Compré una botella de agua y me tiré en el suelo de la estación usando la mochila como almohada. Ya era oficialmente un mochilero.
Pasaron menos de treinta minutos y abordamos otra vez. En ese momento volví a pensar en lo que estaba por venir. ¡Qué carajo!, me dije. Lo mejor está por pasar. No imaginaba lo que me tocaría vivir durante las próximas siete semanas. Lo único que tenía seguro es que primero sería París.
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Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50'W
Contacto: elchamodel114
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2 comentarios:
Acuario, acá están las crónicas. Lo prometido es deuda. Justo a tiempo.
:)
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