… y el jueves se convirtió en domingo y todo está muy bien
El viaje de esta semana a la playa hizo mucho bien. No tanto a mi espalda poco acostumbrada a dormir sobre la irregularidad de la arena, pero sí fue una terapia que necesitaba con urgencia. No voy a decir que necesitaba quitarme un poco el estrés, porque no sufro de eso (en principio, porque no hago nada que me pueda estresar). En cambio, sí suplicaba por un cambio de rutina, de paisaje, de sonidos y sensaciones menos “babilónicas”. Tenía que salir corriendo de Caracas. A veces me pasa. La ciudad que me engendró en oportunidades me aburre y sé que yo la incomodo también. Así que, en un acuerdo tácito, de vez en cuando me alejo para que todo entre nosotros siga bien.
Así las cosas, huí hasta la tan de moda Cuyagua. Llegué un lunes por la noche, después de sortear, tras hora y media de revisión exhaustiva, la alcabala de la Guardia Nacional que se ubica a la entrada del parque Henri Pittier. De los militares que ahí estaban basta decir que son militares, por lo tanto, buscaban algo de plata ajena para reacomodar su quincena. Lo lograron, porque no teníamos los papeles del carro al día. Tanto show para quitarnos plata. Se pudieron ahorrar todo y pedirnos la plata de una vez, así tipo “de pana”.Subiendo las montañas del Parque Nacional, nos topamos con densa neblina que hizo el viaje más largo. Escuchábamos música y todavía no superábamos la arrechera por haber mojado al distinguido de turno. Llegamos a Ocumare y sugerí hacer una parada en el cementerio del pueblo para conseguir buenas fotos. La negativa fue generalizada. Me acompañaban dos amigos y la novia polaca de uno de ellos. Creo que ella fue la única que no se negó. Tal vez porque no comprende nada de español. Seguimos y por fin llegamos a Cuyagaua. Armamos el campamento cerca del área en recuperación. Teníamos unas jóvenes palmeras, maravillosas, que nos darían sombra. El sitio era perfecto.
En las mañanas me levantaba gracias a los rayos de sol que penetraban la carpa. El mar nos regalaba constantemente el fabuloso sonido del oleaje en total armonía con el reggae que tenían unas carpas más allá. La polaca se despertó maravillada por aquel paisaje. Nunca en su vida imaginó ver una playa así. Era un sueño todo aquel mar infinito. Nos preguntaba en buen inglés si estábamos al tanto de nuestra fortuna. De vivir en un país con tanta belleza y clima envidiable. Sinceramente creo que no estamos muy conscientes de eso y se notaba por la basura que quedó regada en la arena producto de los visitantes que llegaron el fin de semana anterior, dejando ese molesto recuerdo que los habitantes del pueblo desde muy temprano se esmeraban por recoger rastrillo en mano.
Los días en Cuyagua pasaron muy rápido. No había mucha gente, cosa que agradecimos. El río estaba helado como siempre y el pescado fresco, inigualable. Subimos a El Yajure, tomamos buenas fotos, jugamos con una pelota en la inmensa playa, mis amigos entraron al mar a pescar buenas olas para surfear y nos topamos con algún piedrero buscando algo de plata para calmar su ansiedad. De regreso a Caracas pasamos por la alcabala, donde los militares tenían detenidos a varios carros. No los maldije. Los imaginé pasando su semana ahí, en plantón a las puertas del parque, sin poder entrar, viendo a la gente regresar de unos días del carajo, a pesar de sus esfuerzos por arruinarlo. Ya estaban bien jodidos.
Ubicación al escribir esta entrada:
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50'W
Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50'W
4 comentarios:
ay qué envidia (sana jajaja), me gusta tu estilo de narrar, cero aburrimiento...Saludos!
Los planes siguen en pie. Este fin debería ser algo así...
pana, excelente fotomontaje. parece agua de verdadaunke el monstruo encorvado sin rostro sae pixelado y creo q pudo haber salido mejor si lo haces con ilustrator
jejejejejeje! monstruo es monstruo. Más si está pixelado
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