19.4.06

El apagón


Andreína García Reina

Estaba oscureciendo y hacía frío. Las calles, por ser domingo, estaban bastante solas. Habían pasado las seis y el alumbrado público permanecía apagado. No era negligencia. La lluvia de la mañana provocó una falla eléctrica y la ciudad padecía de un apagón. Normalmente las calles no eran muy seguras y gracias al apagón esa inseguridad se multiplicaba a la “n”. Ella, consciente de su ebriedad —pues venía de reunirse con unas amigas— y del apagón, decidió apurar el paso, no sea que algún loco quisiera hacerle daño.

Por fin llegó a su edificio, subió las escaleras y, en medio de la oscuridad, sintió que estaba a salvo. Después de todo, era su edificio. Entró rápidamente a su apartamento percatándose de que todo estaba en perfecto orden. Todo parecía normal. Con urgencia entró al baño. Se venía reventando. Bajó la poceta y escuchó una voz desde su habitación que le gritaba:

—¡Ha llegado la hora, perra! ¡Dame todo lo que tienes ya!

Sobresaltada se dirigió a su habitación y se encontró con una figura masculina que al parecer tenía la cara cubierta con una media de nylon. El hombre sin dudar se abalanzó sobre ella y apresó sus brazos diciéndole de nuevo: “¡Dame todo! ¡Ahora! ¡Comienza por la ropa!”.

Rápidamente se despojó de toda su ropa. Mientras, el hombre seguía manoseándola y forcejeando con ella.
Poco a poco la escena se tornaba más agresiva. De la nada, el hombre sacó lo que ella esperaba desde un principio: una pistola. Una que ella había visto varias veces en otras oportunidades. Sin mucha explicación se la introdujo en la boca, para seguir amenazándola. Seguidamente, tomó la pistola y la restregó contra el cuerpo de la mujer hasta que sin mayores palabras el arma se disparó.

Ella creyó haber muerto, sin embargo se halló las piernas cubiertas de gotas de un líquido tibio. El hombre, luego de eso, se movió rápidamente a la mesa de noche, tomó un cigarrillo y le dijo: “Bueno el jueguito de hoy. Te amo. Buenas noches.”

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