26.5.06

Portu


hijo

Hablando con un pana el otro día, me di cuenta de que a pesar de no concordar en lo más mínimo con la fisonomía del Portu común, funciono (o estorbo) de la misma manera que lo hace el gordito que, con una arepa con mortadela en la mano, pasea por el patio de la escuela, diciéndole a todo el mundo que fuiste tú quién orinó la colchoneta en Educación Física. Mi nombre es hijo y soy un pajuo empedernido. Tengo un grave problema. Esta es la parte en la que los presentes me reciben con un tibio aplauso y regresan con un casi inaudible “Hola, hijo. Bienvenido al primer día del resto de tu vida”.

No se equivoquen, este no es un texto xenófobo contra la comunidad portuguesa ni mucho menos se trata de un manifiesto de odio contra las personas que sufren de obesidad. Puede que el lector esté en desacuerdo, pero en este caso, el uso de estereotipos y generalizaciones tienen como fin último, la síntesis. Imaginen a Hitler dándose a la tarea de conocer a todos y cada uno de los judíos residentes en Alemania para saber si éstos eran o no merecedores de su reconcomio: “Estos 456 tipos de ahí son judíos, pero incluso así, son buena gente”. De igual manera si Martin Luther King hubiese dicho “Tuve un sueño. Soñé con un mundo en el que todas las razas, excepto los vietnamitas y algunos de mis primos segundos por parte de papá, conviven en paz...” la historia universal de la humanidad no tendría chiste alguno. Repito, sólo trato de agilizar el proceso.

Soy pajuo. Bastante pajuo. Lo noté desde pequeño, pero nunca le di demasiada importancia. Si mi hermano rompía algo, allí estaba yo para denunciarlo; si mi hermana metía a su noviecito a la casa mientras no habían adultos, era mi deber y mi placer contar desde el “pasa rápido, que no te vean los vecinos” hasta el “no le digas a mamá porque después se pone insoportable”. Esta última siempre era la frase que me hacía merecedor de alguna recompensa materna y la ira implacable de mi afectada hermana. Estos son sólo ejemplos básicos de algo que hacía por diversión. Recuerdo que, ya un poco más mayorcito, echaba paja por hobby. Era eso que llaman un pajuo social. Delataba en fiestas y reuniones. Era simplemente una manera de integrarme, de pertenecer a un grupo y a la vez de que el grupo me perteneciera por unos breves instantes.

Puedo dejar de hacerlo cuando quiera, no me resultaría ningún problema, pensaba. Pero la ansiedad por vociferar el paradero de la muñequita de barro made in Quibor de la señora Magaly, que había perdido la cabeza a causa de un balonazo mal dirigido de su infantil esposo, el señor Pinto, me hizo reconsiderar. Aún así fui creciendo sin reparar en la gravedad del asunto. ¡Maestra, Abrahán se está copiando! ¡Profe, Marisol salió sin permiso del salón! ¡Orietta está enamorada del gordo Osmar! Como si fuera un Frankenstein autodidacta viendo a Rebecca Rincón en CasaClub, me fui convirtiendo, sin ayuda externa, en un monstruo.

La ansiedad delatora es ahora fuerte y sólida como un joven Mike Tyson. Despierto en las noches ansiando acusar a alguien... o a algo, lo mismo da. El traje de correveidile comienza a sentirse apretado y necesito estirarlo y salir de él. El gordito picado, el dueño del balón, el que siendo hijo del senhor del abasto no te brinda ni una malta, el que va y le dice a la señora de los mangos si no le das uno a él también... el portugués. Ese se apodera de mi persona.

A los que padecemos de esta condición nos cuentan por miles. Nos menosprecian y hasta desconfianza nos tienen. Gran vaina. Debe ser que tú (lector que seguro te excluyes) nunca has echado paja. Acuérdate de esa vez que “sin querer” mencionaste la fiesta a la que no invité a la atorrante de tu amiga, o la vez que me acusaste de conspirador frente a tu novia. Gracias a ti y a todos, cuerda de pajuos.

Ahora que cuento con la atención de todos ustedes, quiero hacer un anuncio: Elchamodel114 también es bien pajuo. Yo lo he visto, yo lo he visto.

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Latitud 10° 30' N, Longitud 66° 50' W